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BIBLIOGRAFIA

martes, 24 de agosto de 2010

Malestar ante las relaciones sociales

Parece ser que gran parte del desarrollo de nuestro cerebro a lo largo de años de evolución se debe a que somos seres sociales. Cuanto más se relaciona con sus congéneres una especie, más desarrollado tiene su cerebro. Así de complicado es comunicarse.

Conocer y entender las necesidades de los demás nos garantiza tener más éxito en el juego de las relaciones sociales, y a su vez éste nos facilita tener más apoyos, más recursos, y posiblemente más acceso a dinero y trabajos mejores.


De manera natural algunas personas tienen habilidades que les hacen fáciles las relaciones, pero a pesar de esta facilidad igualmente pueden sentir en ocasiones cierto malestar. Habilidades como la empatía, es decir ser capaz de ponerse en el lugar del otro, pueden tener sus efectos secundarios. Si uno percibe fácilmente cómo se sienten los demás, podrá agobiarse con frecuencia debido a que buscará conseguir no molestar, no generar conflicto o evitar que se le tache de algo negativo. Es fácil que a pesar del éxito social los niveles de malestar sean más altos de lo que sería deseable.

Especialmente durante la adolescencia no ser hábil socialmente puede ser muy traumático. En esta época de la vida el grupo se convierte en el referente principal. Ser rechazado es duro y suele tener gran repercusión futura. Por esa razón un adolescente suele estar tan marcado y suele ser tan fiel a su grupo de amistades. La necesidad de aceptación se convierte en algunos casos en la tiranía de la aceptación.

Cuando el malestar se torna bloqueante, es decir, cuando la persona evita recurrentemente situaciones sociales para no estar mal a pesar de desear las relaciones, es entonces cuando se hace necesario poner medios para afrontar el problema. De no ser así este malestar puede ir en aumento y además generalizarse a otras situaciones.

En ocasiones las personas utilizan diferentes estrategias para librarse a corto plazo del malestar, por ejemplo: hablar mucho para evitar silencios incómodos, buscar la compañía de la gente que le dé más confianza dentro de un grupo, callarse para no meter la pata, no preguntar dudas para no parecer ignorante… Generalmente lo que más se suele evitar es ser el centro de atención, es por esto que situaciones como hablar en público pueden llegar a resultar muy angustiantes. Si a este hecho le añadimos la preocupación por ponerse rojo, que le tiemble la voz o el pulso, en definitiva, que los demás se den cuenta de su nerviosismo el temor aumenta.

Como en todas las fobias o situaciones que nos resultan incómodas, la tendencia es a intentar evitar el malestar. Esta situación resulta muy útil a corto plazo pero mantiene el problema y no nos ayuda a resolverlo.

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