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martes, 24 de agosto de 2010

Ansiedad : Acelerando al Máximo

Acelerando al Máximo

Cada vez que una situación nos demanda una decisión, una actuación, generamos una serie de respuestas psicológicas y fisiológicas. No hace falta que dependa nuestra vida de una decisión para que se produzcan fuertes reacciones en nuestro organismo. Pensando simplemente en el examen del día siguiente pueden producirse respuestas anticipatorias muy intensas.

La sociedad va muy deprisa, y eso tarde o temprano nos afecta a todos, pero no es necesario que otros nos estén presionando para que nosotros mismos lo hagamos.

Cuando día tras día vamos acumulando angustia por la cantidad de cosas que hay que hacer, o por la incertidumbre de lo que vaya a ocurrir, las respuestas de alarma habituales del organismo también se van manteniendo, produciendo efectos negativos sobre la persona: supongamos que una persona está pendiente de la evaluación que va a hacer de él su jefe, supongamos también que está pendiente de la respuesta del banco para la concesión de un crédito. Esta persona tendrá una “dosis” de ansiedad mucho mayor que otra que no esté en su situación. Si además añadimos algo de agobio por el día a día, es posible que sienta desazón, molestias en el estómago, irritabilidad, dolor de cabeza, pesimismo... Es fácil caer en el error de creer que si uno no está “dándose caña” todo el tiempo, no podrá hacer todo lo que tiene que hacer. O lo que es lo mismo, no existe otra forma de conseguir hacer las cosas si uno no se obliga a ello. ¿Realmente es así?.

El rendimiento, con respecto a la ansiedad, va aumentando hasta un cierto nivel en el que se mantiene para acabar declinando. La persona que necesita una dosis elevada de excitación para rendir bien, podrá exceder el nivel óptimo de ansiedad con relativa facilidad en situaciones en que quiera rendir más. Más presión, teóricamente produciría más rendimiento, pero hasta un límite. Demasiadas cosas que hacer hará que nuestra capacidad máxima para hacer cosas se vea sobrepasada, haciendo que nos olvidemos de cosas que antes no olvidábamos, que nuestra concentración sea menor, etcétera.

Nuestra forma de ser es la que en gran medida nos acelera, a veces por las circunstancias que nos rodean, y otras por la necesidad de hacer las cosas lo mejor posible, evitar el rechazo... Es posible que alguna vez se haya puesto nervioso intentando saber qué imagen ha dado a alguien que acaba de conocer, incluso puede que a cada frase que diga se pregunte si lo que ha dicho es correcto o no. Esta seria una de las formas en que podemos llegar a sentirnos realmente mal por la simple interpretación de los hechos. De esta manera, para hacer frente a las sensaciones de desasosiego y malestar físico será necesario cambiar la forma de afrontar los problemas.

Para que una persona sienta que está activada necesita que se produzcan cambios internos. Pueden producirse muchos y de muchas clases, de los cuales podríamos destacar: el aumento de la tensión arterial, el aumento de la concentración de colesterol en sangre y el bloqueo de la digestión. Así pues, si estamos constantemente activados tenemos grandes posibilidades de sufrir una cronificación de estos estados y consecuentemente aumentamos tremendamente la posibilidad de padecer un trastorno psicofisiológico.

Trabajar para producir un cambio en nuestras habilidades para hacer frente los problemas, es una solución muy eficaz que reducirá la ansiedad y sus consecuencias. No se producen cambios inmediatos al principio, pero la acumulación de experiencia, la práctica, acaba dando los frutos esperados.

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