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Caballito, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
Prof. Lic. en Psicología (UBA). M.N. 43.722 Atención psicológica, presencial y virtual. myanigro@gmail.com 0116688-1894

BIBLIOGRAFIA

martes, 24 de agosto de 2010

Aspectos Psicológicos de los Tratamientos de Infertilidad

La infertilidad tiene aspectos psicológicos íntimamente relacionados: niveles de ansiedad preexistentes como factor añadido a otros que dificultan la concepción, efectos sobre la relación de pareja, los cambios en los hábitos de vida… En este artículo vamos a intentar hacer un breve repaso a situaciones y consejos para hacer frente al proceso de tratamiento de la infertilidad.

Aproximadamente 800.000 parejas españolas tienen la imposibilidad de tener un hijo. Según el instituto valenciano de infertilidad, el retraso en la búsqueda de la descendencia y el estrés al que están sometidos tanto el hombre como la mujer en la vida diaria, junto con la obesidad extrema, anorexia nerviosa, enfermedades graves, alteraciones tiroideas, abuso de drogas y medicamentos, alcohol y tabaco, y la quimioterapia son las causas fundamentales de este problema.

Comenzar un proceso de tratamiento implica que previamente la pareja ha buscado embarazarse y ha tenido que afrontar que existe un problema. Cuando solicitan ayuda, normalmente se les propone dos opciones: inseminación o fecundación in vitro. Ambas generarán siempre expectativas de cara a si habrá suerte o no. La inseminación es mucho menos invasiva que la fertilización in vitro para la mujer, produciendo esta última más desgaste psicológico. La incertidumbre será menos llevadera cuantos más cambios se hagan en la rutina cotidiana en función de embarazarse o no. Es importante no supeditar el presente a una opción futura. Si no se consigue durante los primeros intentos, el nivel de ansiedad e incluso de tristeza crecerá. Es bueno apuntarse a hacer una actividad deportiva si se tenía planificada aunque luego haya que abandonarla, es bueno seguir como el mismo tipo de dieta, es bueno seguir planificando viajes o vacaciones, ya habrá tiempo para modificarlos.

En cualquier caso no hay que dejar de plantearse cuestiones que suelen venir a la mente durante el proceso: ¿y si no lo conseguimos? ¿Si no tengo hijos, estaré solo/a cuando sea mayor? ¿Alguien me cuidará?, mis amigos tienen hijos, ¿me quedaré aislado/a? ellos hacen cosas con hijos y yo quedaré fuera, ¿mi vida tendrá sentido sin hijos a quien trasmitir mi manera de vivir, lo que he aprendido? Probablemente no se tenga una respuesta clara pero en cualquier caso es bueno pensarlo ya que ayuda a poder aceptar la posibilidad de no tener hijos y ayuda a ser más paciente durante el proceso. Es bueno asumir que sólo se puede esperar y dejar a los especialistas que hagan su trabajo. De todas formas ayuda entender que si se teme algo mucho, por más temido que sea, no es más probable. Es fácil imaginar un futuro en el que no se consigue ser padre, pero ese temor no lo hace más probable que ocurra.

Según el estado previo de la relación de pareja y del desgaste por el propio proceso, pueden producirse conflictos y tensiones que en ocasiones acaban en ruptura. Es importante compartir las dudas y temores con el otro, siendo fundamental también por parte del que escucha permitir ese malestar y no responder rápidamente con argumentos. Hay que dejar un espacio para estar agobiado, es importante tener derecho a tener miedos. Quizás pasados unos minutos puedan valorarse en común argumentos que puedan calmar parte de los temores.

Habrá que tener presentes otras opciones ante las dificultades que vayan surgiendo a lo largo del proceso de tratamiento: donación de óvulos, esperma, embriones y adopción. Son alternativas que implicarán también para algunas parejas una toma de decisiones más o menos difícil, pudiendo llegar en ocasiones, en función de la decisión tomada a aceptar definitivamente no tener hijos.

Desde estas líneas, a todas las parejas que están o van a estar en este proceso, ánimo y no duden en pedir apoyo si la situación los supera.

Efectos emocionales ante la ruptura de pareja: "el dejador"

Ante la ruptura de pareja, al “dejador” le corresponde frecuentemente ser el blanco de las iras del dejado. En el caso de que esté firmemente convencido de su decisión, este papel será más llevadero, pero en el caso contrario la ruptura se convertirá en un proceso con más desgaste.
Cuando las relaciones son duraderas los vínculos tienden a ser fuertes. Existen muchos proyectos de futuro, metas cumplidas y vivencias compartidas. Vivir con la misma persona mucho tiempo se convierte, además de en otras cosas, en un modo de vida, y como tal, romper bruscamente es difícil normalmente tanto para el dejado como para “el dejador”.
Existen algunas variables que determinarán la dureza del proceso para “el dejador”:

1.
La capacidad para soportar la evaluación negativa del otro. El sentimiento de culpa es difícil de digerir. No es fácil mantener una decisión sabiendo que si uno hace como si no pasara nada, todo podría olvidarse. Basta con decir “vamos a intentarlo de nuevo”, para que los ánimos se calmen. Dependiendo de la capacidad para soportar los sentimientos de culpa por la crítica del otro, así de firme será la decisión. Hay personas que se muestran incapaces de ser tajantes haciendo que no se cierren las opciones de una reconciliación. Esta opción conlleva alivio a corto plazo pero también cierta tendencia a la cronificación del malestar. Se juntan miedos hacia cómo será el futuro junto con reproches cíclicos por parte de las parejas, ya que no pueden acabar de asumir que han sido dejados.
2.
Cuanto más variable sea la decisión, más angustia se producirá en ambos. Se agolparán los argumentos a favor y en contra de las dos opciones, intentando sentir una certeza que calme y permita ser consistente a largo plazo. Lo malo viene cuando uno ve que el otro no es ni un ogro ni una persona perfecta, y que por tanto aunque hay aspectos a favor y en contra, no son suficientemente buenos o malos como para que se decida con calma y contundencia.
3.
De nuevo con la culpa de fondo, una variable que marca la dificultad para decidir es en qué condiciones económicas y sociales se queda el dejado. Cuanto más perjudicado quede, más complicada se hará la decisión.
4.
La existencia de hijos en común frenará tremendamente la opción de la ruptura. Si se tienen hijos será más dura la decisión debido a las consecuencias Digamos que se acrecentará la duda como está descrita en el punto 2.
5.
La existencia de otra persona, otro proyecto de pareja que dé seguridad para llevar a término la ruptura. En muchas ocasiones estas relaciones se convierten en puentes hacia otros proyectos posteriores, no es frecuente que duren a largo plazo, pero cumplen una clara función de apoyo.
6.
La aparición de celos y sentimientos de posesión hacia el abandonado al ver que puede perderse definitivamente la posibilidad de seguir, lleva a generar dudas sobre los sentimientos. En ocasiones para dar una nueva opción a la relación, en otras sólo para retrasar el momento de la separación.

Después de todo y tras analizar las vivencias del “dejado” y el “dejador” no es tan fácil catalogar a uno y a otro como el bueno o el malo, si bien es verdad que el que abandona por ser el que toma la decisión suele estar más capacitado para hacer frente el malestar.

Efectos emocionales ante la ruptura de pareja: "el abandonado"

Las relaciones de pareja pueden aportar seguridad, compañía, deseo, favorecen la organización de objetivos compartidos, y por tanto genera también ilusiones, a veces dependencia, hace que existan planes para crear una familia, para convivir, y cuando se rompen con cierta brusquedad generan un fuerte impacto para ambas partes. No siempre cuando se llega a la ruptura es de forma conflictiva e inesperada, pero cuando esto ocurre los efectos emocionales tienden a magnificarse.

Cuando se materializa una ruptura de pareja puede plantearse de mutuo acuerdo o por deseo de sólo uno de los dos. En este caso se establecen dos posiciones muy marcadas, la del dejador y la del dejado. El que rompe suele asumir el papel del malo, de injusto y recibe frecuentemente el enfado del otro.

El abandonado por su lado se queda con la sensación de impotencia, de frustración, de engaño, de no entender muy bien por qué ha ocurrido.Muchas veces ambos viven, con síntomas de malestar intenso, sus diferentes papeles pero en esta ocasión vamos a centrarnos en los efectos sobre el abandonado.

La dificultad principal para el que ha sido dejado es la de asumir que no hay vuelta atrás. Normalmente la mayor parte del tiempo lo dedicará a buscar alternativas para volver, para encontrar dudas razonables en el otro como para que haya opciones para la reconciliación. En esta fase inicial las dudas reales del dejador, el miedo a dañar al otro y el miedo a un futuro sin el otro, son claves para valorar los efectos emocionales sobre el dejado. Si realmente la ruptura se materializa, cuanto antes se asuma antes se podrán generar medios en el abandonado para continuar con su vida, distanciarse emocionalmente, y por tanto, muy frecuentemente enfadarse con el otro y centrar su esfuerzo en crear nuevas rutinas y nuevas expectativas futuras. Si el dejador teme o duda sobre la decisión que toma, esto alargará mucho el proceso de ruptura.

El dejado puede vivir las siguientes etapas:

1. Búsqueda de certezas en relación a si hay vuelta atrás o no.
2. Búsqueda de causas, razones que le llevaron al otro a la decisión. En este caso el dejado puede comenzar a indagar obsesivamente en facturas de teléfono, preguntar a amigos del otro sobre hechos, fechas, etc. Si encuentra información que le dé certezas sobre la razón escondida de la ruptura, se calmará, pero de no ser así puede cronificar o cuanto menos prologar enormemente el proceso.
3. Alternancia amor/odio según momentos.
4. Aceptación de que es posible no volver, pero con la opción de que haya alguna alternativa futura, intentando dejar puertas abiertas y que no se condene del todo la relación a un final definitivo. Aquí el deseo del dejado es el de que ojala el otro se lo piense rápido y se dé cuenta de que merece la pena volver, aparece el miedo a que si sigue pasando el tiempo será demasiado tarde para la reconciliación, quizás para entonces ya haya otra persona.
5. Si llegados a este punto hubiera un acercamiento, inicialmente se vería como aliviante y tranquilizador, pero normalmente al poco tiempo el bienestar se convierte en reproche e indignación. Empieza a verse lo ocurrido como dañino y aparece una sensación fuerte de venganza o de necesidad de ser resarcido. Frecuentemente hace que sea ahora el dejado el que pone frenos a que la relación avance y continúe.
6. Enfado y decepción, y finalmente: aceptación y superación

Por tanto si usted está viviendo esta situación, tenga en cuenta estas posibles fases e intente tener especial cuidado con la búsqueda de certezas sobre la causa de la ruptura. Obsesionarse puede ser peligroso y si lo piensa bien probablemente la causa no es tan importante. Lo que importa es si su pareja quiere seguir estando con usted o no.

Mecanismos psicológicos de la superstición

La superstición nace de un sentimiento íntimo de que en función de determinados comportamientos o acontecimientos podrán predecirse o evitarse otros, casi siempre de carácter negativo y con consecuencias desagradables.

Normalmente el beneficio psicológico más relevante de dejarse llevar por la superstición es el de tener una sensación de control sobre situaciones en las que aparentemente no lo tenemos. Nos produce una sensación de alivio. Si soy muy aficionado a un equipo y decido ponerme “la camiseta de la buena suerte” para ir al campo, consigo con esta conducta encontrar relaciones de causa/efecto, y quizás descubra que “gracias” a ello el equipo ganó.

Claro que derivado de este proceso surge otro muy interesante: la parcialización de la realidad. Es fácil desear que algo sea cierto y en función de eso buscar y encontrar datos que lo confirmen. En el ejemplo de la camiseta, si el equipo no ganó fue porque no la había lavado después del último partido, o incluso por lo contrario, por haberla lavado, siendo que la última vez si hubo una victoria. De todas formas este ejemplo no representa del todo bien temores graves. Si empezamos a hablar del miedo a suspender un examen importante, a quedarse sin trabajo, o por supuesto a una enfermedad grave, la superstición es mucho más probable. Una persona que está esperando los resultados de una resonancia para descartar un posible diagnóstico de cáncer, puede buscar en comportamientos como ayudar a los demás, una manera de intentar no ser castigado por la providencia, el destino o un dios con lo que más teme. Dicho esto hay que valorar entonces que la superstición es finalmente un mecanismo de defensa para hacer frente a sensaciones de malestar que puede ser muy útil a la hora de darnos fuerzas para luchar por una meta, pero cuando se hace demasiado frecuente, e incluso es el único recurso para estar bien, es cuando alcanza su carácter más patológico. Puede acabar generando más malestar y alerta que calma y tranquilidad. Darle mucho espacio a la superstición es finalmente no tener el control de las cosas (justo lo que se quiere evitar al utilizarla inicialmente).

Otra cara de la superstición es la de las profecías autocumplidas: “como se me cruzó un gato negro, hoy va a ser un mal día”. Si esa posibilidad agobia es frecuente estar muy atento a posibles malas experiencias, favoreciendo que puedan precipitarse precisamente por el propio temor hacia ellas.

Si la superstición es compartida por más personas del entorno puede darse un nuevo efecto, el de etiquetar a una persona como la que favorece que se repitan determinados hechos negativos, es decir, colgarle el sambenito de que es un gafe. Quizás, este tema le dedique más espacio en otro artículo más adelante.
A modo de conclusión habría que decir que las personas con mayor inseguridad y/o con mayor necesidad de certezas (personas con tendencia a la obsesividad, por ejemplo), serán más propensas a algún tipo de superstición. Con lo bueno y lo malo que eso conlleva.

VENTAJAS E INCONVENIENTES DE LA CULPA II

Vimos el mes anterior que realmente si nos culpabilizamos no es por casualidad, tiene una finalidad y nos ayuda a poder conseguir ciertos objetivos. Como ya adelanté, en esta ocasión nos vamos a centrar en la culpa cuando se dirige hacia los demás. En este caso lo analizaremos desde la posición del que lanza culpas a otros y la de los que la reciben.

Si percibimos un daño, una injusticia, algo que nos afecte negativamente, es posible que hagamos por trasmitir al otro nuestro malestar para que deje de hacerlo o no lo vuelva a hacer. Si nos dolió lo suficiente, entonces es posible que acompañemos nuestra petición con culpa: “si tú no me llevas, no podré ir”. Si el otro es sensible a la culpa no querrá sentirse mal, y con cierta probabilidad, en este caso, le acabe llevando. Así pues aquí la culpa se torna útil. Es una manera más de conseguir que los demás satisfagan la necesidad de uno. El problema aparece cuando viendo la utilidad uno comienza a abusar de este método.

La persona que muestra sus deseos de esta manera acaba teniendo que estar mal para poder conseguir la ayuda, el apoyo o la atención de las personas que le rodean. ¡No parece que esta sea la mejor forma de estar bien! El exceso de culpabilizaciones hace que el bienestar no provenga de uno mismo sino de lo buenos o malos que sean los demás. Hace que la capacidad para alcanzar el bienestar por uno mismo sea cada vez más difícil. Es decir, que alguien que culpabilice mucho acabará adoptando una actitud de víctima hacia los acontecimientos de su vida.

Por el otro lado están los que reciben la culpa. Aquellas personas que sean especialmente sensibles a las necesidades de los demás, tienen más probabilidad de caer en el manejo por la culpa o la victimización. Cuando reciben peticiones les resulta más complicado negarse a ellas, facilitando que el otro utilice más a menudo el mismo método para conseguir otras cosas. En el caso concreto de los niños, cuando son culpabilizados de manera continuada por no realizar las tareas o no portarse bien, tienden a generar unos sentimientos de culpa fortísimos que suele producir la sensación de no estar haciendo nunca bien las cosas. Fuera de su entorno la gente los percibe como buenos y atentos pero ellos mismos no acaban de sentirse seguros de estar actuando correctamente.

Así pues, sentirse culpable no es malo, lo es cuando se convierte en algo demasiado frecuente y nos afecta en exceso a nosotros mismos y a los que nos rodean. Aprender a no culpabilizarse en exceso es un requisito indispensable para poder ser más felices, del mismo modo que es necesario aprender a hacer frente a las culpabilizaciones que otros nos lanzan para satisfacer sus necesidades.

VENTAJAS E INCONVENIENTES DE LA CULPA I

En el día a día desplegamos comportamientos que responden a las situaciones que nos rodean, intentamos adaptarnos a nuestro entorno, buscamos reconocimiento, atención, cariño, que nos valoren adecuadamente, etc. Una emoción que podemos experimentar en nosotros mismos u observar en otros con frecuencia, es la de la culpa. La culpa tiene aspectos muy positivos pero también puede convertirse en un gran problema. Nos ayuda favorecer cambios y a adaptarnos mejor a ciertas normas y contextos sociales. Cuando nos sentimos culpables es porque hemos asumido unos valores y de alguna forma hemos roto con ellos. Puede ser bien por un error, bien por un descuido, bien por no haber calibrado adecuadamente el alcance de una determinada conducta o decisión. Cuanto más rígidos sean nuestros esquemas morales, más fácil es que aflore la culpa, y puede ser en dos direcciones: hacía uno mismo, o hacia los demás.

Centrémonos en esta ocasión en las consecuencias que tiene sobre nosotros mismos. Antes decía que la culpa nos ayuda a hacer cambios.

Es así cuando al percatarnos de haber cometido un error, y sentir malestar nos motivamos para poner medios para subsanarlo. El problema aparece al convertirse el mecanismo de la culpa en algo excesivamente frecuente. Cuando ocurre, produce la sensación constante de estar haciendo mal las cosas, de que siempre faltan muchas cosas por mejorar: ¡nada bueno para la autoestima! Para combatir el exceso de culpa es necesario replantearnos en algún grado nuestras normas. Una persona que considere que bajo ningún concepto ha de parecer egoísta, en cuanto tenga una necesidad relativamente importante y solicite algo que incomode a otro, enseguida tendrá sentimientos de culpa. Podrá calmarse si se demuestra que tenía todo el derecho, o que las circunstancias obligaban, pero hasta que lo consiga (si lo consigue), los niveles de malestar serán bastante elevados. Otra opción sería valorar si es tan malo haber podido parecer egoísta, y si se puede convivir con esa posibilidad sin tener que sentirse culpable. Es decir que tener una actitud que cuestione un poquito nuestras normas sociales o morales, a lo mejor nos ayuda a no estar tan atenazados por la culpa como hasta el momento.

Otro factor, además de la autoexigencia, que puede generar fuertes sentimientos de culpa en una persona es la vivencia de diferentes acontecimientos traumáticos. En estos casos uno se responsabiliza de no haber podido evitar lo ocurrido, generando así una continua autocrítica que destroza la autoestima. Si esta situación no se soluciona, la persona puede ir generando un fuerte sentimiento de culpa ante situaciones que nada tienen que ver con el hecho traumático. Si el acontecimiento traumático sucede en la infancia, esta actitud puede cronificarse en la persona.

Como podemos observar estamos hablando de dos casos diferentes y cada uno tiene un enfoque distinto a la hora de buscar soluciones, pero los dos pasan por empezar a “perdonarnos” y bajar nuestro nivel de autoexigencia

Mentira II: otra manera de ser bien valorado.

Desde pequeños nos enseñan que no es bueno mentir, que hay que decir la verdad. Pero a pesar de esto hay muchos niños que mienten, y sus mentiras nos pueden decir mucho de lo que les puede estar pasando. Por ejemplo, hay niños que mienten para manipular, para conseguir sus objetivos; en estos casos es importante aprender a detectar las mentiras e intentar que el niño no consiga lo que quiere a la vez que le damos otras opciones más adecuadas para alcanzar lo que pretendía. En otros casos los niños mienten para ser aceptados en un grupo, de esta forma, si se inventan historias fantásticas llaman la atención y se sienten más aceptados; en estos casos sería importante enseñarle al niño las habilidades sociales necesarias para que consiga amigos sin tener que mentir.

Por otro lado, en ocasiones observamos a niños que mienten por miedo. Este es el caso de los niños que no cuentan las notas que han sacado, que se callan si han roto algo o que esconden alguna nota negativa del profesor; en estos casos el chico teme o bien el rechazo del adulto por su falta, o un castigo. Es importante tener en cuenta que estos casos no sólo se dan en niños a los cuales se les suele exigir o castigar, sino que también puede darse para sorpresa de los padres, dentro de familias donde el castigo no es frecuente, y esto es debido a la propia autoexigencia del chaval. En estos casos es importante cambiar el castigo por el refuerzo positivo de las conductas que queremos favorecer e intentar no presionar mucho al niño.

La utilización de la mentira, en situaciones como las descritas puede mantenerse en el tiempo o aparecer de forma más tardía en la vida adulta. Cuando uno se hace mayor la mentira también responde a diferentes causas y según sean éstas, sus repercusiones pueden ser más o menos graves.

Hay quien miente para conseguir sus objetivos sin importarle las consecuencias que la mentira pueda tener sobre otras personas. Esto mostraría rasgos de personalidad más de tipo psicopático que se rigen por el principio de “el fin justifica los medios” sin importarle los demás. Otros sin embargo, mienten por temor, para evitar el rechazo o una consecuencia negativa derivada de sus actuaciones. Lo que en un principio puede haber sido una solución ante un problema puede convertirse en un mecanismo de defensa que a corto plazo les libera de algún prejuicio, pero que a largo plazo no les ayuda a enfrentarse a sus temores haciéndoles cada vez más vulnerables.

Por último, encontramos los casos en los que se miente para ser más valorados, admirados y conseguir así la aprobación de los demás. Aquí podríamos encontrarnos todos en alguna ocasión, cuando exageramos un poco algún logro. Por ejemplo, cuando no contamos alguna anécdota negativa para no romper una imagen positiva, o cuando no expresamos nuestra verdadera opinión sobre algún tema para no generar conflicto. Esta práctica tan habitual y que normalmente no conlleva serias consecuencias puede sin embargo convertirse en una “afición” peligrosa. Tal sería el caso de las personas que continuamente mienten para disimular y para conseguir la aceptación social llegando incluso a vivir una vida que no es la suya y teniendo finalmente que representar un papel a todas horas para mantener una “maraña” de mentiras. Con esto sólo se consigue aumentar la tensión, y que el temor a ser descubiertos y rechazados cada vez sea mayor.

La Mentira I

Podríamos decir que la mentira es el un rasgo intelectual exclusivo del hombre, una cualidad que los animales no pueden desarrollar. Si me apuran, podríamos decir que el ser humano es, en esencia, mentiroso. Si no pregúntense, ¿cuántas veces miento en un día?. Quizás piensen que ninguna, una, a lo sumo dos. Pues bien, y qué me dice de las respuestas cotidianas a la pregunta ¿qué tal estás?, ¿qué tal va todo?...¿Realmente siempre está bien?, ¿todo va bien?. Está claro que no es necesario contar determinadas intimidades a gente con la que no tenemos demasiada confianza, pero al fin y al cabo son mentiras. Si lo analizamos desde este punto de vista veremos que diariamente mentimos bastante. Socialmente, incluso puede estar bien visto en algunos casos. Los motivos para mentir suelen ser no molestar, ganas de agradar, evitar conflictos, evitar la opinión negativa de los demás...

Podríamos decir que la mentira es el un rasgo intelectual exclusivo del hombre, una cualidad que los animales no pueden desarrollar. Si me apuran, podríamos decir que el ser humano es, en esencia, mentiroso. Si no pregúntense, ¿cuántas veces miento en un día?. Quizás piensen que ninguna, una, a lo sumo dos. Pues bien, y qué me dice de las respuestas cotidianas a la pregunta ¿qué tal estás?, ¿qué tal va todo?...¿Realmente siempre está bien?, ¿todo va bien?. Está claro que no es necesario contar determinadas intimidades a gente con la que no tenemos demasiada confianza, pero al fin y al cabo son mentiras. Si lo analizamos desde este punto de vista veremos que diariamente mentimos bastante. Socialmente, incluso puede estar bien visto en algunos casos. Los motivos para mentir suelen ser no molestar, ganas de agradar, evitar conflictos, evitar la opinión negativa de los demás...

Hasta este punto la mentira es útil a la hora de manejarse adecuadamente en la sociedad, el problema viene cuando la mentira se convierte en un rasgo de personalidad y se usa continuamente con algún fin concreto. Desde pequeños podemos acostumbrarnos a mentir para conseguir que no se nos regañe, conseguir que nuestros padres se sientan orgullosos... digamos que cuanto más útil resulte más probable será que se repita.

En la adolescencia y en la edad adulta lo que podemos conseguir por mentir es mayor pero los riegos si se nos pilla también aumentan. Recibiremos mayores críticas, e incluso nos podrán dejar de lado, pero aun así hay personas que utilizan la mentira con gran frecuencia. Las razones fundamentales son la inseguridad, casi siempre unida a una baja autoestima, y la manipulación como un fin en sí mismo. Si uno se siente inferior es relativamente sencillo poder construir una realidad paralela que se adapte a lo que vemos que los demás esperan de nosotros. A corto plazo elimina la inseguridad pero a medio plazo las razones por las que uno se siente inferior e inseguro siguen estando presentes, por lo que no se ponen medios para vencerlas. Con respecto a la manipulación, la mentira es la herramienta fundamental para poder conseguir que los demás se adapten a las necesidades de uno. Puede utilizarse de manera plenamente consciente o sin conocer realmente esa intención. Esto último coincide en ocasiones con la personalidad histriónica, son personas que se relacionan con los demás desde una posición victimista, desde la pena, la llamada de atención o desde la culpabilización de los demás. Es fácil en estas personas detectar abundantes mentiras, que si bien no suelen ser premeditas, conforme hablan crean una realidad distorsionada, adaptada a su necesidad.

Por lo tanto si en una persona se detecta mucha tendencia a la mentira, habrá que analizar qué hay detrás, qué obtiene. Antes de juzgarle duramente pensemos más allá e intentemos ayudarle a ver y a afrontar sus miedos y necesidades.

Efectos de los Celos sobre la “victima”

En primer lugar habrá que matizar que los celos son un sentimiento que por sí sólo no es malo, estará en función de su intensidad y sus consecuencias. Los celos surgen como deseo de garantizarnos que algo o alguien nos pertenezca, nos sea leal, que podamos continuar teniendo exclusividad o “derechos especiales” por delante de otras personas. Este sentimiento nos facilita o motiva para conseguir lo que consideramos importante no perder. En el ámbito de la pareja el problema suele aparecer cuando se dan por separado o juntas las siguientes circunstancias: la primera cuando la necesidad de certezas, el deseo de asegurarse de que el otro es fiel se torna obsesivo, y constantemente se busca información, datos que certifiquen que el temor es sólo eso, un miedo infundado.

La segunda, cuando el tipo de relación está muy marcado por la desigualdad: Cuando de un lado existe una actitud impositiva y del otro un exceso de amoldamiento y sumisión, evitando en demasía el conflicto, creyendo que siempre existe una forma de hacer las cosas sin que se produzca malestar en los demás.

Cuando el celoso entra en un bucle obsesivo y busca constantemente descartar su temor, influye directamente en la otra persona, en la víctima. Es frecuente que quien es objeto de los celos de otro entre en un juego en el que se intenta demostrar constantemente la inocencia aportando pruebas sobre lo absurdo de la duda. Claro que si ya alcanzaron los celos grado de patología será un intento inútil por calmar al otro. Es posible que de esta forma se produzca un alivio en el celoso pero sólo de manera temporal. En la medida en la que la víctima se vea con la capacidad de hacer ver al otro que es todo una tontería pondrá cada vez más medios y por tanto actuará en más ocasiones previendo el pensamiento y modificando con quién estar y donde para que así no haya “equívocos”. Cuando pasan los meses o los años y la tranquilidad de la pareja está sólo en función de alejarse de cualquier situación “potencialmente peligrosa”, la víctima puede haber abandonado actividades de ocio, amistades y sentir culpa por hacer todo aquello que genere malestar en el otro, de esta manera la autoestima se resiente duramente y se hace más difícil pensar que existe otro camino que convencer al otro. Además al haberse reducido el círculo de personas y actividad se pierden otras referencias. De hecho aun cuando sea destructiva el tipo de relación celosa, la víctima no percibe siempre un deseo de dañar por parte del celoso, lo ve como algo que no puede evitar y por tanto no genera fácilmente mecanismos para alejarse. Se confunde frecuentemente entender con justificar el comportamiento celoso. Si la víctima lleva mucho tiempo siendo el objeto de los celos y mucho tiempo intentando demostrar su inocencia podrá tener la sensación de estar a punto de resolver la situación y por tanto darse por vencido ya, es echar por tierra todo el esfuerzo anterior.

El resultado final en estos casos es variado, pero es frecuente que sólo tras la acumulación de muchas situaciones conflictivas, de una destrucción personal importante se pongan medios para crear una vida además de la creada con el celoso. Al ser así se comienzan a recuperar otros referentes que facilitan concederse el derecho a tener más vida que la que se ha tenido. Muchas veces siendo el principio de una reformulación total de la relación o incluso de la ruptura de la pareja

Es difícil que el celoso deje de reclamar pruebas ya que siente que es la única forma eficaz de calmarse, así es frecuente que sólo se produzca un cambio con ayuda especializada. Lo que ocurre es que para que se precipite la necesidad de cambio antes la víctima deberá fortalecerse para poner freno a las demandas obsesivas. En los casos cronificados una ayuda podrá provenir también de la psicoterapia. El resultado lo determinará especialmente la implicación y el deseo de cambio por parte de ambos.

¿Si no tengo pareja he fracasado?

Cotidianamente atiendo en consulta a personas que muestran un malestar derivado de esta situación: no tener pareja. Ocurre como un hecho puntual tras una ruptura, o bien como una circunstancia mantenida en el tiempo, siendo la soltería un estado con el que con mayor o menor agrado cada uno se identifica. Dicen las estadísticas que el once por ciento de la población española vive sola.

No tener pareja es una opción que en ocasiones es elegida y en otras no. Las circunstancias personales y la manera de ser de cada uno favorecen el resultado final, por eso se pueden los siguientes casos:

* Los que prefieren no comprometerse con una pareja pueden enlazar relaciones no duraderas pero sí satisfactorias. Su estado emocional dependerá normalmente de tener una buena red social (amigos) y una buena planificación de objetivos y actividades.
* Los que se han acostumbrado a su intimidad y les cuesta dejar que otro interrumpa su cotidianidad, en ocasiones por los horarios profesionales, frecuentes viajes…
* Los que por su timidez les cuesta conocer a alguien e intimar lo suficiente como para dar pie para que surja una relación de convivencia. Si no se realizan actividades que nos acerquen a otras personas es complicado despertar la atracción.
* Los que eligen mal, quizás por necesidad, quizás por la ilusión inicial, quizás por amoldarse al otro como forma de darle una oportunidad, pero el tiempo acaba mostrando la incompatibilidad entre ambos.
* Los que tienen algún tipo de enfermedad que restringe sus movimientos o aquellos que padecen trastornos psiquiátricos de diferente gravedad. La capacidad de relacionarse es baja y por tanto la probabilidad de encontrar pareja también lo es

Centrémonos en algunos consejos para hacer frente a estas circunstancias de vida cuando se viven con malestar:

* Es importante sentirse bien con uno mismo para sentirnos cómodos con los demás. Hay que plantearse aficiones, retomar o empezar actividades que nos resulten agradables. Si no las encontramos, sería bueno aventurarse e intentar probar alguna que aunque luego no nos guste… quizás acabemos dando con la que más o menos nos llene. Cualquiera vale: clases de tenis, ajedrez, senderismo, gimnasio, talleres de literatura, curso de cata de vinos, una ONG o el cada vez más utilizado internet.
* Debemos cuestionarnos algunos miedos e inseguridades, ¿es tan malo irse solo al cine a ver una peli, a un museo, a una exposición o a dar un paseo por un parque?
* Cuantos más apoyos sociales seamos capaces de generar mejor nos sentiremos, es un factor protector muy importante a la hora de ser capaz de disfrutar de la soltería y también de la convivencia en pareja.
* Cuidado con dejarnos llevar por la autocompasión, es poco probable que consigamos sentirnos mejor.
* Cuidado con analizar a todo el mundo como una posible pareja. Si hacemos esto es más fácil desilusionarse porque es difícil encontrar a alguien “perfecto” desde un primer momento

Dar malas noticias, consejos, apoyo emocional

Diferentes circunstancias de la vida nos obligan en ocasiones afrontar el hecho de dar malas noticias a familiares, amigos, subordinados e incluso, según la profesión, a clientes. Nos podemos ver ante la tesitura de dar la noticia de un accidente, despedir a una persona de la empresa, comunicar un diagnóstico grave de una enfermedad… No siempre las habilidades de cada uno son suficientes como para saber cómo afrontar estas situaciones. Por esa razón vamos a hacer un breve repaso a algunos puntos clave.

Dependiendo de la capacidad de cada uno para ponerse en el lugar del otro, pueden darse distintas circunstancias, así si se es muy empático cabe la posibilidad de que nos sintamos responsables de las consecuencias emocionales sobre la otra persona al dar la noticia. Por otro lado, si se es demasiado distante no podremos valorar adecuadamente cómo trasladar al otro el contenido de la noticia y por tanto es posible que produzcamos un efecto más dañino del que podríamos conseguir. Al dar una mala noticia es importante que dejemos un espacio para el malestar de la otra persona, es decir, dejar que la persona exprese su malestar, su tristeza, su preocupación. No siempre es posible, ni es siempre lo mejor calmar desde el principio los ánimos. Permitir un tiempo para indignarse, apenarse, etc., favorece después enfrentarse mejor a los problemas asociados al hecho. Permanecer en silencio mirando a la cara una vez se ha informado puede ser suficiente, así la otra persona sentirá nuestro apoyo y nuestro respeto. También es bueno intentar mantener una actitud relajada incluso si llegase el otro a culparnos por lo que se le ha contado. La actitud empática en este momento puede centrarse en mostrar atención y aceptación de su reacción: “cualquiera se sentiría mal en tu lugar”. Es deseable buscar un entorno privado donde se pueda proteger de la mirada de otros si lo desea, y construir frases que hablen de los hechos sin apreciaciones personales del tipo “me siento fatal por lo que ha pasado…” o “va a ser muy duro para ti saber que…”. En vez de esto sería mejor algo como “la evolución de tu tumor no ha sido la esperada, desde el mes pasado ha crecido 3 centímetros…”o “me acaba de llamar la policía para comunicarme que…”. En la medida en la que vaya elaborando la información facilitada, normalmente la otra persona pedirá más datos. Si disponemos de ellos es importante trasmitirlos de forma objetiva, le ayudará a afrontar mejor los hechos.

Otro aspecto a tener en cuenta es a quién damos la noticia y su capacidad para asimilarla. Hay personas que no siempre quieren recibir toda la información que se les ofrece, por ejemplo, ante una enfermedad grave puede que prefieran no saber qué tipo de consecuencias tendrá. Otras veces la persona por su condición no está preparada para recibir toda la información, es el caso de niños o de personas con otros problemas graves asociados como puede ser, por ejemplo, una depresión

Una vez se ha dado la noticia, se puede dar algún consejo para dirigir al otro hacia un camino positivo dentro del malestar. Al tiempo, es deseable favorecer que la persona conserve la sensación de dignidad, respeto y orgullo. Conseguirlo le ayudará a mantener la fortaleza ante el hecho traumático o la noticia.

Evitar No Siempre es Bueno

En psicología podría decirse que siempre que se detecta un problema detrás puede encontrarse un círculo vicioso. Es decir, que la solución que utilizamos para resolver un problema es al tiempo la que nos causa el problema. Evitar conflictos y miedos parece ser a corto plazo la forma más fácil y eficaz de obtener bienestar, pero también es la causa de que se mantengan estados de ansiedad extremos, ánimo bajo, etc.

En buena lógica si tenemos miedo a ir en avión, a los perros o a una montaña rusa, con evitarlos será suficiente para ahuyentar el malestar, el problema viene cuando nuestro modo de vida lleva implícito el uso de avión, ver perros... y no podemos prescindir de ello. No enfrentarnos al malestar hace que no podamos aprender nuevas estrategias para dominarlo, y por tanto nuestros problemas se cronifican.


Gran parte del trabajo que se realiza en una consulta de psicología consiste en aprender o reaprender cómo afrontar situaciones o miedos que de una u otra forma mantienen algún tipo de problema.

La actitud evitadora puede acabar conformando o favoreciendo la aparición de fobias específicas comunes como el miedo al agua, al coche, al avión, a la altura, a la sangre... En ocasiones se produce como consecuencia de una experiencia traumática y es el talante evitador de la persona lo que favorece que se mantenga en el tiempo.

En otras áreas de la vida, la evitación puede producir serios conflictos en las relaciones interpersonales. Es relativamente frecuente que para no tener disputas o enfados uno tienda a callarse lo que piensa sobre comentarios molestos o determinadas situaciones. Ante esto puede ocurrir que la persona sea manipulada e incluso sea posible abusar de ella, o puede ser que cuando ya no pueda más salte agresivamente perdiendo los papeles y en muchas ocasiones hasta la razón. Lo adecuado en estas situaciones sería no ir guardándose las cosas, intentar hablarlas tranquilamente poco a poco para evitar el acabar explotando. De esta forma, además de evitar conflictos aprenderemos que no siempre es tan desagradable ni tremendo enfrentarnos a estas situaciones, y de paso tendremos más probabilidades de éxito.

En los casos más extremos, cuando esta evitación está presente en la mayor parte de la conducta del individuo, se llega a configurar una personalidad de tipo evitativo. Son personas que se relacionan por medio de la inactividad, la pasividad, no haciendo nada y dejando de lado todo aquello que pueda producir algún tipo de malestar. La vida de estas personas en muchas ocasiones se va complicando porque por no enfrentarse a un problema éste se va haciendo cada vez más grande, así el malestar es cada vez mayor y lo único que puede hacer, que sabe hacer, es volver a evitar y así una y otra vez hasta llegar al círculo vicioso que mencionábamos en un principio.

¿Se puede conseguir el Equilibrio Mental?

Los psicólogos frecuentemente centramos nuestros esfuerzos profesionales en identificar patologías, problemas, conflictos, inseguridades… El objetivo principal suele ser el de buscar maneras de transformarlos en tranquilidad y equilibrio, y a ser posible consiguiendo que la persona aprenda y ponga en práctica soluciones por sí misma. Cada problema individual nos da diferentes caminos para alcanzar el bienestar, pero todos confluyen en puntos comunes:

1. Es necesario tener actividades que nos ilusionen, que nos representen un reto. Pueden ser tan variadas como se nos ocurra, lo importante es que gusten: montar en bici, pasear por campo, jugar al tenis, grupos de teatro, juegos de ordenador, voluntariado…

2. Como en el punto uno, contrastar nuestra forma de proceder con la de otros nos da muchas veces una motivación y/o tranquilidad. Tener grupos de personas con los que relacionarnos, donde poder ayudar y ser ayudado, donde podemos compararnos y ver si somos raros y nuestras preocupaciones son las que otros también tienen ayudará a ser más feliz.

3. No hay que aspirar a no sentir malestar por las cosas que nos rodean. Seguro que alguna nos afectará más que otras. Lo importante es afrontarlas, buscar soluciones si las hay pero siempre desde el realismo. Asumir cómo son las cosas y no centrarse en cómo debieran haber sido hará que las soluciones lleguen antes y seguro que se minimizarán los daños sobre uno mismo.

4. De alguna forma el punto anterior introduce éste: Si nos centramos en el pasado y el futuro en exceso y dejamos el presente de lado, nos llenaremos de reproches y de miedos. Las opciones futuras son infinitas cuando queremos averiguar qué nos va a pasar al tomar determinada decisión. Ser capaz de no eternizarnos en la búsqueda de soluciones perfectas nos ahorrará malestar y facilitará nuestro equilibrio.

5. Horarios, rutinas y disciplina. Programar objetivos y tareas cotidianas tiende a producir sensación de control, ser constante es gratificante por ser más probable conseguir metas y además hace que disfrutemos más de aquellas actividades que se salen de lo programado.

6. El concepto de equilibrio mental lleva implícita una idea: no existe una forma perfecta de sentirse bien, existen muchas. Lo importante es que en una teórica balanza pesen igual sus dos lados. Lo que se ponga en ellos depende de nuestra educación, de las experiencias, de las habilidades acumuladas a lo largo de la vida, de nuestras tendencias heredadas a ser empático, a ser irritable… El equilibrio no depende de lo socialmente reconocido como más adecuado, sino del “arte” que tengamos para ponderar nuestras diferentes facetas. De este modo ser uno mismo sin que se nos vuelva en contra es posiblemente el mejor objetivo. Tener miedo no es malo, a no ser que nos llegue a impedir salir a la calle. Entonces el equilibrio se habría roto.

Después de todo ser feliz no es fácil, es una tarea que suele llevar toda la vida resolver, y a nadie le garantizan que lo vaya a conseguir. Hay que ser paciente y constante en la aplicación de estos cinco puntos, aplicarlos en nuestra vida facilitará el equilibrio mental.

Efectos secundarios de la psicoterapia

En artículos anteriores valoré los diferentes tipos de psicoterapia, en esta ocasión vamos a centrar la atención en los diferentes “efectos secundarios” de una intervención psicológica sobre el cliente y su entorno.

Lo esperable tras haber resuelto un malestar e incluso haber aprendido a manejar situaciones generadoras de bloqueo, es que tanto el paciente como su entorno se sientan bien con el resultado. La realidad es que no es siempre es así. A veces los cambios realizados por la persona tienen una influencia directa en quienes le rodean, y no siempre en la dirección que más conviene a todos. Alguien que acude a la consulta con el fin de suavizar síntomas de tristeza, desilusión e inseguridad, conforme avanza en su tratamiento, es decir, al alcanzar mayor capacidad para decidir y proponer alternativas, puede producir mayores conflictos con las personas que hasta el momento decidían por él en función de sus propias apetencias.

Interactuamos constantemente con las personas de nuestro entorno: trabajo, amigos, familia… nuestra actitud con ellos favorece que cada uno se ubique, aceptando un papel y generando unas expectativas. Un cambio brusco en la actitud de alguno de ellos, podría producir un acercamiento, pero también un distanciamiento: es posible, por ejemplo, que no le guste a la pareja de un paciente en tratamiento, que a partir de ahora las tareas de limpieza se repartan de forma diferente. El caso es que en muchas ocasiones hasta que no pasa un tiempo, ni el que aplica los cambios, ni el que recibe sus consecuencias conseguirán adaptarse y asumirlas. De este modo la pareja de alguien en tratamiento puede encontrarse como efecto secundario con la ruptura, si bien normalmente ésta será la consecuencia de un proceso de toma de decisión buscado por el propio cliente y nunca un consejo del psicólogo.

Con respecto al posible malestar del entorno, cabría mencionar que parte de él puede llegar a volcarse sobre el terapeuta, siendo que suelen culpar a éste de los cambios percibidos. Al fin y al cabo, antes del inicio del tratamiento las cosas es posible que no estuvieran bien, pero subjetivamente después pueden verse aún peor (con independencia del beneficio para el paciente). Este aspecto es uno de los que hace recomendable que no exista una relación previa con el cliente, y de haberla requerirá un manejo especial.

Otro efecto secundario puede ser que aún viendo racionalmente que el cambio en algún área es necesario para estar mejor, el paciente siente/teme que puede dejar de ser él mismo (el de siempre) si lo hace. Esta resistencia al cambio es especialmente frecuente en algunas personas cuando se plantean tomar algún psicofármaco. La realidad es que si se le da una oportunidad a la terapia, fácilmente puede comprobarse que la esencia de cómo es uno no se pierde nunca, lo que cambia es la vivencia negativa al haber podido reevaluar peligros, obligaciones y presiones, casi siempre tras haber aceptado y contrastado en la práctica nuevos puntos de vista.

Por último, debido a que la duración de una psicoterapia , puede generarse una relación de dependencia. Hasta cierto punto este hecho se considera normal, ya que todo lo que ayuda, alivia y genera bienestar tendemos a no querer abandonarlo, pero lo cierto es que el psicólogo a cargo de la intervención, conforme se acerque el final de la terapia, favorecerá la independencia y el progresivo distanciamiento de las sesiones a fin de demostrar que la persona es perfectamente capaz de afrontar por sí sola los nuevos retos planteados en su vida.

Tecnología y Psicología

La psicología es una disciplina que requiere un nivel de tecnificación no tan desarrollado como el de otras áreas de la salud. En cualquier caso, hay apartados en los que se están desarrollando aparatos e instrumentos de medida muy específicos para conocer con el mayor detalle posible la intensidad de las emociones y facilitar la intervención psicoterapéutica.

Las emociones como la ansiedad, la tristeza, la ira, la alegría, casi cualquiera que se sienta en un grado intenso, tienen un correlato físico. Éste se manifiesta por medio de cambios en la presión arterial, por medio de contracciones o relajaciones musculares, cambios de la temperatura periférica, variaciones en la sudoración, cambios en la frecuencia cardíaca, etc.

Cada una de esas respuestas es medible por medio de aparatos específicos, pudiéndonos proporcionar información al instante. Cuando a una persona se le informa de esas variaciones en sus respuestas fisiológicas, con el suficiente tiempo, puede ser capaz de moderar e incluso controlar su intensidad. A este procedimiento se le denomina biofeedback. Normalmente la información que se le da al paciente es visual y acústica. Por ejemplo, si se mide la tensión de los músculos de la frente, el aparato emite un ruido más agudo cuanto más tenso está, y más grave cuanto más se relaja. Al principio la persona tiende a sentir que no puede hacer nada por variarlo, pero ensayo a ensayo, con las indicaciones del terapeuta va aumentando la capacidad para producir voluntariamente cambios en la tensión muscular. Alcanzar el control por medio de la consciencia de las variaciones favorece después, junto con otras técnicas psicológicas, la adecuada evolución y resolución de los malestares y síntomas.

La respuesta fisiológica que según la OMS es más fiable para valorar los niveles de ansiedad es la sudoración de las manos. Incluso a niveles imperceptibles para la vista, la sudoración varía constantemente en función de factores ambientales y emocionales. A mayor ansiedad, mayor es la afluencia de sudor. La sudoración sirve como indicador del estado general de la persona. Parece que la explicación más aceptada al porqué producimos estos cambios de sudoración está en que ésta protege a la mano y favorece, dentro de unos niveles moderados, el agarre de objetos. Esto es, dentro de la evolución del ser humano, un rasgo que se mantiene desde nuestros orígenes: favorece subirse a un árbol huyendo de un depredador y ayuda a agarrar un objeto para la mejor defensa ante un ataque. Los aparatos que miden esta respuesta lo hacen de una manera indirecta: hacen pasar una corriente de muy baja intensidad por la piel por medio de unos electrodos que se colocan en la mano. En función de la conductancia o resistencia que aparezca en cada momento así mostrará luego los datos al paciente.

Está claro que como única técnica de control de la respuesta fisiológica de ansiedad no resuelve suficientemente los problemas, pero desde luego se considera que el biofeedback es una buena ayuda especialmente en los casos donde se producen somatizaciones intensas (dermatitis, gastritis, colon irritable, taquicardias, contracturas musculares, presión en el pecho, hipertensión…). La necesidad por tanto de complementar la psicoterapia con este tipo de técnicas y en concreto, la elección de la respuesta fisiológica que se quiere controlar con un determinado fin, deberá determinarla el profesional de la salud a cargo del tratamiento.

MANEJO DE LOS CONFLICTOS III

Para completar esta serie de artículos dedicados al conflicto, en esta ocasión nos centraremos en los mecanismos que favorecen su aparición. Existen personas que por sus esquemas para valorar el mundo tienden a mostrar bastante intransigencia ante determinados acontecimientos, conductas de otros, errores… Consideran que hay cosas que deben ser de una determinada manera, y punto. Son personas que tienden a obtener bastante reconocimiento por tener las cosas muy claras y defenderlas ante otros.

A veces produce envidia ver la seguridad que transmiten al defender sus ideas. Por otra parte estas mismas personas tienden a generar con más facilidad que otras conflictos. Cuando no están de acuerdo, y lo manifiestan, no suelen hacerlo de una manera relajada. La tendencia es a hacerlo con tintes de rabia e indignación. En sí misma esta manera de ser no es ni buena ni mala, digamos que es una más. En cualquier caso, las personas que se vean reflejadas en esta descripción tendrán que valorar si el beneficio de entrar con frecuencia en conflicto, compensa el coste emocional. A priori la respuesta es: “que remedio, las cosas son como son. No quiero ser un pasota, alguien sin sangre en las venas”. Creo que para defender nuestras necesidades, mostrar disconformidad, etc., no es necesario cargarse de argumentos que nos hagan estallar, bastará con estar dispuesto a convivir con el malestar de otros cuando expresemos desacuerdo.

Una persona que tiende a valorar lo cotidiano en dos categorías (bueno y malo, por ejemplo), fácilmente se centra en argumentos que le afianzan en sus creencias: valora si algo es justo o no, y da rápidamente por hecho que los demás debieran ver las cosas del mismo modo. Verlo así genera malestar y siendo así es sencillo pensar que los demás acabarán entendiendo qué es lo correcto si insistimos lo suficiente. El problema es que la percepción de lo justo es, muchas veces, totalmente subjetiva. Depende mucho de la educación, habilidades, miedos, inseguridades… de cada uno. Así pues, no dar por hecho que los demás acabarán entendiendo, será un buen punto de partida para defender nuestras ideas. De esta forma no nos desesperará fácilmente que los demás actúen justo al contrario de como a uno le parecía adecuado. Otro mecanismo que nos favorece defender nuestras ideas y malestares es el de construir realidades alrededor de frases como:”si fueras un verdadero amigo, me habrías llamado”, “si me quisieses, no me pedirías esto”. Estás frases crean premisas que conducen sí o sí a enfadarnos, distanciarnos o imponernos para buscar resarcimientos. Nos afianzan en pensamientos del tipo “esto es lo justo”, y una vez más aumentan las posibilidades de saltar ante los otros.

Sin necesidad de dejar de ser como cada uno es, se pueden moderar las intensidades de las emociones si uno aprende a valorar ciertos aspectos de la psicología humana. Además, aceptar que por muy lógico que a uno le parezca, los demás no siempre verán las cosas igual, aportará bastante calma y permitirá hacer esfuerzos más realistas por defender nuestros puntos de vista.

MANEJO DE LOS CONFLICTOS II

El mes pasado comenzamos a ver maneras de entender el conflicto en función de la personalidad de cada uno. En esta ocasión nos vamos a centrar en las personas que rehuyen los conflictos y los efectos que sobre ellos tiene esta actitud.

Como ya adelanté tener conflictos no es grato para nadie. Una forma de no tenerlos pasa por minimizar lo que los demás nos dicen o hacen. Por ejemplo si un amigo nos debe dinero desde hace unos meses y no lo devuelve es más fácil convencernos de que está pasando una mala racha, que plantearle qué pasa con el dinero. El problema es que como el tema no se resuelve, existe cierta probabilidad de acabar enfadado cuando uno crea que ya es temer “demasiada cara” llevar tanto sin devolverlo. Para afrontar los conflictos es necesario que la persona tenga claro, primero si tiene derecho a estar en desacuerdo, segundo si puede mostrar su necesidad y tercero si está dispuesto a no ser evaluado siempre de manera positiva. Empecemos por esta última, creo que todo el mundo sabe que es imposible que los demás nos miren siempre bien. Sin embargo no siempre actuamos en esta línea.

Es fácil hacer demasiado por evitar que nos etiqueten, sobre todo en las pequeñas cosas, pero a la larga no convivir con las reprobaciones de los demás nos hace muy vulnerables a las críticas negativas. Para conseguir ser más capaces de afrontar los conflictos y sobre todo para no quemarnos demasiado con las conductas de los demás, es necesario que vayamos aprendiendo a convivir con ciertas dosis de malestar social derivado de situaciones cotidianas. Por ejemplo, si a uno le molesta que fumen al lado será bueno pedir si pueden cambiar de lado el cigarro, o si pueden apagarlo… como decía eso es imposible si uno no quiere afrontar haber parecido algo borde, intolerante, etc. Pero igual resulta más fácil no hacer nada por evitarlo que estar buscando maneras de no darle importancia (aunque sí la tenga). Esto no es fácil pero cuanto más se practica, más tolerable es lo que los demás piensen de uno. Cuando uno va avanzando en esto aparecen miedos relacionados con poder volverse egoísta, o que se pueda pasar demasiado de lo demás, pero como en todo el paso del tiempo acaba demostrando que lo único que pasa es que la opinión de otros vale, pero no tanto como antes, aumentando así la independencia y la seguridad en uno mismo.

No haber puesto en práctica hasta el momento estas pautas o no haber afrontado bien el conflicto no significa que no se pueda hacer, simplemente hay que familiarizarse con otras maneras de manejarse, lo importante es ponerlo a prueba y que sean los hechos quienes digan si merece la pena ir por este camino.

MANEJO DE LOS CONFLICTOS I

El mes pasado hablaba de cómo en las épocas navideñas tienden a agravarse los conflictos con la familia, y por ello creo que puede ser útil profundizar algo más en la manera de afrontar estas situaciones que pueden darse en las relaciones sociales.

Como premisa básica, podemos decir que es rara la persona que por principio le guste discutir o generar conflictos. Normalmente el conflicto se desata cuando sentimos que algo es inaceptable. Por esta razón aquellos que son más rígidos en sus planteamientos morales, en sus esquemas de cómo deben ser las relaciones sociales, profesionales, etc., tienden a saltar con mayor rapidez cuando se convive con ellos. En el lado opuesto están las personas que para evitar tener conflictos minimizan las tensiones que se generan ante reproches, críticas… En este caso, es fácil el trato cotidiano con ellas pero la tendencia es que por evitar tensiones puedan callarse sus malestares y o bien se sientan mal sin decirlo o acaben saltando cuando no puedan más.

Es fácil que caigan en el error de creer que por plantear una situación que incomode a otros son ellos los que están siendo conflictivos, intolerantes, egoístas… Por eso suelen creer que si lo dejan correr un poco más el problema acabará cambiando, lo cual no tiene por qué ser cierto.

Por tanto estos dos tipos de actitud ante los conflictos tienen ventajas e inconvenientes. Los primeros son capaces de mostrar sus necesidades y defenderlas eficazmente, pero suelen desgastarse bastante al indignarse a menudo con los acontecimientos y personas que les rodean. Para ellos aprender a reducir la dureza con la que juzgan el mundo y a las personas, les ayudará a no verse indignados con frecuencia. De esta forma podrán expresar exactamente igual sus necesidades o malestares sin verse bloqueados por emociones como la ira, la rabia… En términos psicológicos hablamos de sustituir la agresión por la aserción. Es decir, comunicar a los demás nuestras necesidades y deseos sin usar como medio para que cambien la coacción. Los segundos, los que tienden a callar, utilizan una estrategia que se puede denominar sumisa, evitan expresar sentimientos que los demás pueden valorar como molestos, para ellos será fácil relacionarse y mantener amistades, aunque el pago que tendrá que realizar será el de quemarse por dentro o bien el de acabar saltando quedándose después con sentimientos de culpa por poder haberse excedido.

No es fácil para ninguno de los dos hacer cambios hacia la aserción, pero de cara a reducir los niveles subjetivos de malestar es un objetivo que será siempre beneficioso para ambos. En los próximos números intentaré dar algunas claves para manejar mejor los sentimientos que bloquean y poder expresar nuestras necesidades de forma adecuada.

¿Lo pido o no?

Para muchas personas enfrentarse a solicitar algo que otro puede considerar inadecuado, genera malestar y deseo de posponer ese momento. Es fácil encontrar excusas como por ejemplo que haya que hacer antes otras cosas, o no se acabe de ver el momento para charlar adecuadamente del tema. Pedir un aumento de sueldo, pedir a un vecino que deje de poner la música fuerte en algún momento del día, pedir a un empleado que responda de manera diferente al teléfono,

pedir a un compañero que haga algo para que no huela tanto a sudor, pedir a un amigo que te pague un dinero que te debe, reclamar en un restaurante porque el plato que han servido está frío… Las situaciones potencialmente incómodas se suceden a lo largo de los días y no siempre queremos ni sabemos enfrentarnos a ellas. El mecanismo más frecuentemente utilizado para resolver las situaciones que antes comentaba, aparece reflejado en alguno de las artículos ya publicados: cargarse de razones a fuerza de dejar pasar el tiempo y a partir de entonces, ya más crecido por “la justicia”, actuar más contundentemente buscando con cierta rabia que el otro transija y acepte nuestra necesidad.

En función del miedo, de la incomodidad y de la posibilidad de que otra persona resuelva nuestro problema, la tendencia será a afrontar o a evitar las situaciones donde haya que solicitar algo. Desde luego las personas que se convenzan de que “no es para tanto…” el olor a sudor del compañero, por ejemplo, difícilmente afrontarán hablarlo.

Para poder pedir lo que queremos podemos tener en cuenta lo siguiente:

* Lo primero es concedernos el derecho, darnos permiso a pedir por el mero hecho de que así lo deseamos.
* Lo segundo es reconocer que quien nos va a escuchar casi con seguridad se incomodará, que quizás no le guste y eso nos generará malestar. Para soportar este sentimiento negativo es necesario convivir con él cierto tiempo. De esta forma seremos más capaces de aguantarlo y podremos valorar que quizá no es tan insoportable como pensábamos
* En tercer lugar, si nos arriesgamos a pedir lo que queremos tendremos la posibilidad de conseguir soluciones, si nos callamos la situación seguirá igual.
* Por último es conveniente valorar qué supone más esfuerzo o qué es más desagradable, el malestar que podemos sentir al hacer nuestra petición, o el que podemos sufrir por no hacerla. Así de esta forma, en algunas situaciones convendrá arriesgarse y en otras quizás no sea lo más adecuado. Pero sin riego probablemente no haya cambio.

Con estos consejos convendría analizar nuestra conducta y valorar qué cosas no somos capaces de pedir, e intentar poco a poco enfrentarnos ala situación empezando por aquellas que generan menos conflicto. De esta forma iremos ganando confianza y tolerancia ante el malestar para poder así en un futuro superar situaciones más difíciles.

ENTREGARSE A LOS DEMÁS

Darse a los demás es una de las maneras de conseguir sentirnos bien con nosotros mismos. Desde pequeños, nuestros mayores nos insisten en que nos portemos bien, que seamos buenos y si es así nos premian con halagos. No todos desarrollamos un interés excesivo por el bienestar de los demás, pero en muchas ocasiones la fuente principal del malestar cotidiano proviene de la relación interpersonal, y en concreto de la necesidad de caer bien, de dar una buena imagen, de conseguir que nos valoren.

Todos conocemos la teoría: “no pasa nada si los demás nos valoran mal. No podemos conseguir que todos nos quieran”, pero ¿realmente aplicamos esta idea, o a pesar de todo, nos implicamos demasiado en conseguir que los demás estén a bien con nosotros?

Casi todas las fuentes de bienestar del ser humano tienen que ver con la relación social. Podemos comprarnos objetos, bienes, podemos centrarnos en la lectura o en otras actividades individuales pero al final en alguna medida tienen sentido si se ven desde una perspectiva grupal (familia, amigos…). Algunas personas son más sensibles que otras al sentir bienestar por la sonrisa de otro, son más capaces de disfrutar viendo la alegría de quienes le rodean. Esta capacidad hace que vivan de manera intensa situaciones cotidianas (para bien y para mal), y que su capacidad para relacionarse tienda a ser buena. Se muestran capaces de entender y adaptarse a distintas personas. Ahora bien, hay que valorar el coste personal que esto conlleva. Por buscar el propio bienestar, esta actitud puede convertirse en la única fuente de autoestima. Hay madres, por ejemplo, que han hecho de su labor, de su entrega, su única fuente de satisfacción. Hay adolescentes que tienen como única meta agradar a los amiguetes de la pandilla, dejando de lado actividades deportivas o de ocio alternativas. Evitar el conflicto, es otra de las consecuencias negativas más frecuentes. Es sencillo no mostrar el malestar cuando uno quiere llevarse bien. El problema llega cuando ésta es una actitud demasiado frecuente, porque en ese momento lo que producía el bienestar se convierte en una trampa. La amenaza de no estar a la altura será constante. Nuestra felicidad estará en manos de los demás y no en las nuestras.

Si tememos decirle no a alguien podemos intentar imaginarnos la consecuencia real de ese no y si es tan grave o catastrófico. A veces podemos decir no a alguna petición, sin tener más argumento que la no apetencia, puede ser una forma de empezar. No siempre es necesario tener una razón suficientemente justa para defender una necesidad. Y a veces vale la pena enfrentarse a la no aprobación de los demás para sentirnos más fuertes y seguros.

¿Cómo me comunico? ¿Transmito lo que quiero?

Comunicarnos con los demás no siempre es fácil. Nuestras emociones, nuestras inseguridades y las de los demás pueden ser frenos para hacer llegar correctamente al otro lo que queremos decir. Sentir que algo es evidente, que llevamos la razón y que así debe entenderlo todo el mundo, nos ayuda a defender ideas y necesidades, pero también nos puede hacer sentir con demasiada frecuencia decepción al ver que los demás no ven la realidad como nosotros lo vemos. Además, la vehemencia con la que defenderemos nuestra visión puede hacer que el otro en vez de atender a nuestros argumentos y reflexionar sobre ellos, se centre más en defenderse y explicarse. Lamentablemente, no siempre los demás nos perciben de la manera que queremos.

Para intentar simplificar la comunicación humana, podemos decir que existen cuatro modos de comunicación esenciales: la agresión, la sumisión, la agresión pasiva y la aserción o asertividad. Cotidianamente intercalamos estos modos, siendo frecuente que tendamos a unos más que a otros. Lo más común es que evitemos la agresión debido al conflicto que ésta genera. Normalmente para evitar el conflicto, tendemos a callarnos lo que pensamos hasta que llega un punto en que no podemos aguantar más y entonces pese a no pretenderlo, acabamos explotando y soltando lo que pensábamos de una forma muy agresiva.

Dependiendo de la cantidad de normas rígidas sobre lo correcto o incorrecto que uno tiene interiorizadas, será más o menos fácil enfadarse cuando los otros rompan esas normas, y de esta forma podremos llegar a un modo de comunicación agresivo. Otras veces, por temor al conflicto, la agresión no es tan directa ni clara sino más sutil, a esto lo llamamos agresión pasiva. Un ejemplo de esta comunicación sería quedarse callado ante preguntas del tipo: “¿Vamos a dar una vuelta?, ¿Estás bien?, ¿Te pasa algo?”. El silencio en estos casos transmite mensajes del tipo “eres tonto”, “paso de ti”, o “no te enteras de nada”; así no se deja claro si uno está enfadado, ni la razón de ese enfado pero sí se transmite malestar

Si queremos conseguir trasladar al otro nuestro malestar, y sugerir cambios, es decir, si queremos que el otro se haga cargo de algo que nos molesta, tendremos que valorar otras posibilidades de comunicación. El mejor tipo de comunicación para este objetivo es la aserción o asertividad, es decir, expresar lo que sentimos de una forma abierta y clara sin coaccionar. El problema es que hablar de una forma abierta y clara a veces lleva al conflicto, por eso puede ser complicado defender una necesidad.

Muchas veces esperamos que sean los otros los que se den cuenta de nuestras necesidades, y si no lo hacen parece que nos dan el derecho a enfadarnos y a solicitarlo por medio de conductas más agresivas. Éstas muchas veces son eficaces pero pueden desgastar la relación. La opción asertiva creo que es realmente interesante pero sólo si se comprendemos que no garantiza que el otro vaya a cambiar o a estar de acuerdo con lo que nosotros necesitamos. Es decir, en ocasiones esta opción conlleva cierto conflicto. Aun así con la asertividad quedará claro cuál es la opinión o el deseo que uno tiene, pudiendo defenderlo sin caer en la agresión.

Así pues, si lo que queremos es no tener conflictos lo mejor es ser sumisos, si bien es cuestión de tiempo que acabemos estallando hacia fuera o hacia dentro a fuerza de aguantar.

Comunicación no Verbal

Cuando nos comunicamos con los demás no sólo lo hacemos por medio de palabras sino que utilizamos gestos, posturas corporales, movimientos, mantenemos distancias, risas, bostezos e incluso aspectos más sutiles como errores lingüísticos, pausas y entonación para expresar más perfectamente sentimientos y matices que hacen más rica la relación entre las personas. Este lenguaje paralelo lo conocemos como comunicación no verbal.


Conocer mejor qué implicaciones tiene, puede influir directamente en la mejoría de nuestras relaciones sociales: expresión y comunicación de estados emocionales, información más fidedigna que la palabra del estado del interlocutor, controlar la interacción social exteriorizando actitudes, apoyar, complementar o sustituir la comunicación verbal.

Si recuerdan haber visto alguna película de jugadores de Pocker o son ustedes aficionados al juego, sabrán que el interés principal de los jugadores suele ser intentar adivinar algún gesto, algo que permita conocer cuál es la jugada del adversario. Es decir buscan información no verbal. Veamos de qué manera influyen algunos gestos o posturas en la relación con los demás y qué información aporta:

* Postura del Cuerpo.

· La inclinación del cuerpo hacia delante indica acercamiento y atención.

· Cuando el cuerpo se aparta del otro puede implicar rechazo.

· Con la cabeza flexionada sobre el tronco y las espaldas caídas puede entenderse tristeza.

* La Sonrisa y la Mirada.

La sonrisa cumple varias funciones, una mostrar amistosidad e incluso ayuda a entender que el comportamiento no es amenazante; otra, es trasmitir felicidad.

En cuanto a la mirada, sus funciones son muy diversas: expresión de actitudes interpersonales, recoger información del otro, regular el flujo de la información entre los interlocutores, establecer y consolidar jerarquías entre los individuos, manifestación de conductas de poder sobre otros, desencadenar conductas de cortejo, expresión del grado de atención mostrada por el otro e indicar el grado de implicación en lo que se hace o dice.

Una mirada directa es una conducta con alta probabilidad de atraer la atención incluso a distancia, implica un fuerte componente emocional y afectivo (como la expresión de agresividad).

Para valorar estas cuestiones se hizo el siguiente experimento: los investigadores se colocaron junto a otros coches en espera de la luz verde de un semáforo, mirando entonces al otro conductor, unas veces distraídamente otras fijamente. Los resultados mostraron que los conductores que eran mirados fijamente arrancaban más rápidamente al encenderse la luz verde que los otros. Posteriormente y para eliminar la posibilidad del “pique” entre vehículos, el cómplice se situó de pie en la esquina de una calle de dirección única, mirando a los conductores de las dos formas anteriores. De nuevo los más fijamente mirados tardaban menos en arrancar que los no mirados. Incluso repitiendo el experimento con personas que iban a cruzar la calle el resultado fue el mismo: los mirados cruzaban antes. Cuando se introdujo el factor sonrisa, la huida de la situación por parte de las personas miradas disminuyó (excepto en personas del mismo sexo que el cómplice).

Juzgamos al otro por la distancia que mantiene al hablar o por los gestos, o por cómo mira. La comunicación no Verbal es la responsable de que una persona que apenas conocemos nos caiga bien o mal. Quizás si valoramos esta realidad nos demos cuenta de la cantidad de gestos, movimientos, tartamudeos, bloqueos, etcétera que están presentes al hablar y que hasta ahora no dábamos importancia.

Trastorno de Pánico

Este trastorno se caracteriza por episodios repetidos de ansiedad intensa (angustia), acompañada por síntomas físicos. Son crisis que aparentemente aparecen de forma imprevisible y que pueden durar tan sólo unos minutos o bien persistir durante más tiempo.

A menudo el miedo y los síntomas del ataque van creciendo de tal forma que las personas afectadas abandonan precipitadamente el lugar en el que se encuentran.

Cuando una persona sufre crisis de angustia, pueden observarse una serie de síntomas que pueden parecer alarmantes y confundirse en un primer momento con otras enfermedades (por ejemplo un ataque cardiaco).

Los síntomas físicos son: sensación de ahogo; mareo o sensación de inestabilidad; palpitaciones o taquicardia, temblores, sudoración o sofocos; náuseas, vómitos o dolores abdominales; hormigueo o adormecimiento de diversas partes del cuerpo; escalofríos o sensación de frío en manos y pies; dolor en el pecho.

Los síntomas psicológicos son: aparición de miedos y temores, como por ejemplo miedo a morir, a perder el control o a enloquecer y sensación de irrealidad.

Llegados a este punto habría que preguntarse: ¿por qué se producen las crisis?. Una parte del sistema nervioso, llamado sistema vegetativo, cumple una función de defensa del organismo, y se activa ante una situación de eventual peligro. En el caso del trastorno por angustia este sistema se dispara sin causa alguna aparente. El sistema nervioso vegetativo actúa sobre los sistemas del organismo responsables de las sensaciones de alarma, exactamente los mismos que provocan las respuestas físicas de la ansiedad: corazón, pulmones, glándulas sudoríparas, músculos, estómago, etc. Se produce una reacción en cadena activándose todas estas partes del cuerpo. En consecuencia, para realizar esta activación generalizada de defensa o de huida, el cuerpo consume una enorme cantidad de energía. Por esta razón es normal sentirse débil y agotado tras una crisis de ansiedad.

Es común detectar en las personas que sufren este trastorno, cambios de actitud y comportamiento con el fin de evitar aquellas situaciones que puedan resultar amenazantes.

El tratamiento más adecuado es la terapia psicológica; combinada, en los casos más resistentes, con medicamentos. La psicoterapia utiliza técnicas de relajación para combatir la ansiedad, técnicas de control de la respiración para evitar el aumento de la frecuencia de respiración y que posteriormente se pueda hiperventilar, la corrección de falsas creencias e inadecuadas interpretaciones de las sensaciones corporales, etc. Todo para que finalmente, se puedan afrontar las situaciones que provocan miedo y pueda restablecerse la normalidad de la persona.

Si es usted familiar de alguna persona que sufre este trastorno: intente trasmitir sensación de calma. No se alarme ante la aparatosidad de las crisis. Ayúdele a reconocer los síntomas en el momento en el que ocurren. Para ello pueden ayudar los comentarios siguientes: “Explícame lo que te está ocurriendo ahora y no a lo que tienes miedo que te ocurra más tarde”; “cuando menos te alarmes, menos te durará la crisis”; “Todos los síntomas los has padecido antes, sabes cómo son, y sabes que son producto de un trastorno por angustia, nada más”; “no va a sucederte nada peor ni más grave”; “sabes que estos síntomas cederán dentro de unos minutos, no vamos a hacer nada especial para detenerlos, sencillamente vamos a esperar a que acaben”; “estoy a tu lado para acompañarte mientras dura la crisis. Cuando termine continuaremos con lo que estábamos haciendo”. Si usted o un familiar suyo tiene este problema recuerde que existe tratamiento para él Trastorno de Pánico

TOMAR DECISIONES

En nuestra vida cotidiana nos vemos abocados a tomar decisiones constantemente, por poner algún ejemplo: “¿paso primero por el banco a hacer un ingreso, o paso por la relojería antes de que cierren para poner una correa nueva?”, “debería hacer la cama y recoger un poco antes de que vengan a verme, pero si no compro algo en el supermercado no les puedo dar nada de picar…”, y así día tras día. El problema común para todas estas situaciones es que se percibe un problema y no se acaba de ver una solución rápida y perfecta.


Antes de continuar, valoremos el concepto de estrés: es una reacción de nuestro organismo ante situaciones que requieren respuestas específicas. Digamos que el estrés en sí mismo no es malo, lo será sólo en el caso de que se mantenga durante largos períodos de tiempo. Realizar un deporte, jugar al tenis por ejemplo, provoca respuestas de estrés en nuestro organismo, lo que ocurre es que duran lo que dura un punto o como mucho el partido. Pero pongámonos en el supuesto de que la respuesta fisiológica y psicológica que damos en el momento más difícil del juego se diera de manera mantenida durante días o meses, el organismo empezaría a resentir el esfuerzo tarde o temprano. En ese punto es cuando hablaríamos de estrés “del malo”. Muchas personas viven diariamente bajo la sensación de que una serie de situaciones amenazantes han de ser resueltas ¡YA!, pero no saben cómo conseguirlo. No tienen porqué ser circunstancias de vida o muerte, pero la vivencia que se tiene de ellas se puede aproximar. Cuanto más capaces seamos de decidir, más fácil será que la sensación de malestar desaparezca antes. Así, psicológica y físicamente, sentiremos menor malestar. Cuanto menos tiempo tardemos en tomar una decisión, menos tiempo la viviremos como una amenaza, claro que para que sea así será necesario asumir en un primer momento la consecuencia de nuestros errores y nuestra incapacidad para encontrar siempre una decisión perfecta. Doy por hecho que cualquier persona es capaz de entender que tarde o temprano uno puede equivocarse, el problema es que en la práctica no siempre nos autorizamos a errar. A veces la consecuencia de nuestro equívoco nos parece demasiado grande. En cualquier caso aun haciendo todo lo posible por hacer bien las cosas, los errores acaban llegando. Como digo, partir de esta premisa nos garantiza poder tomar decisiones más realistas, y sobre todo, más rápidas. Cuando decidimos qué hacer, nos enfrentamos a hechos ciertos no a supuestos que pueden ser negativos o amenazantes. Nos enfrentamos a circunstancias definidas por la realidad, y casi con toda seguridad, no serán tan malas como todas las alternativas a las que había que hacer frente cuando todo eran posibilidades.Por otra parte hay que tener cuidado a la hora de tomar decisiones con nuestro grado de exigencia, de perfección. Está claro que la solución ideal es la que podemos puntuar como 10 sobre 10. Aceptar como válida una opción 5 sobre 10 no es lo deseable, pero habrá que preguntarse ¿existe alguna mejor? Quizás esa sea la menos mala, por tanto es posible que sea necesario afrontar las consecuencias negativas de la decisión que va a tomarse (a veces es más importante que convencerse de las cosas buenas que conseguimos)

Inténtelo, si toma decisiones con rapidez, el nivel de angustia será muy inferior. Al fin y al cabo ser feliz implica tener que hacer esfuerzos por conseguirlo, no se consigue sólo apartándonos de los problemas.

Procrastinar, ¿un mal hábito?

De forma natural, las personas tendemos a posponer tareas que nos resulten molestas, ingratas, aburridas, las que nos generan miedo, inseguridad, dolor, ansiedad o tristeza. El hecho en sí no es en ningún caso patológico, el problema aparece cuando se hace de forma excesivamente frecuente. De ser así, la persona comienza a tomar decisiones en su vida no en función de lo que quiere, sino en función de evitar lo que teme, de alejarse de lo que le genera malestar. Ésta es desde luego una forma más de elección, pero quizás aporte peores resultados.

Por tanto, procrastinar de manera patológica sería tener como máxima: “deja para mañana lo que puedas hacer hoy”. Existen situaciones que son especialmente favorecedoras de la procrastinación, veamos alguna de ellas. Dar el pésame a un amigo por la muerte de un familiar puede generar temor a la hora de no saber decir las palabras correctas o no saber manejar el malestar del otro.

Pedir un aumento de sueldo también puede generar temor por no saber argumentar la razón de la petición, por no saber qué respuesta se va a obtener y qué argumentos habrá que esgrimir, por temer al fin y al cabo no sacar adelante nuestra demanda. Al ir al gimnasio, se desea el beneficio final de la actividad deportiva pero a corto plazo resulta fácil dejarse llevar por el deseo de descansar, quedar con un amigo, o simplemente quedarse tumbado viendo la tele.Limpiar el polvo, lavar platos o cortar el césped, son otros ejemplos. Así, posponemos frecuentemente aquellas tareas que nos resultan aburridas o poco gratificantes. Sabemos que tendremos que realizarlas pero esperamos que llegue un momento mejor y que la motivación aumente.

Una razón muy diferente pero favorecedora de los aplazamientos indefinidos es la de creer que podremos organizarnos para hacer varias tareas a la vez, haciendo que un optimismo poco realista nos haga día tras día no finalizar las tareas relevantes que habíamos programado.

Por tanto, al posponer a corto plazo se produce un alivio y cierta sensación de bienestar. A medio plazo, sin embargo, aumenta el malestar por no habernos enfrentado problema y saber que sigue estando pendiente, produciendo en ocasiones un efecto bola de nieve en el que se generaliza la evitación a muchas tareas. También es verdad que el extremo contrario, el “hacer hoy todo lo que puedas y no dejar nada para mañana” puede generar estrés y resultar una exigencia en muchos casos innecesaria.

Desde luego las diferentes causas que favorecen procrastinar tienen soluciones específicas pero todas tenderán a un punto común: buscar motivaciones mayores y hacer por reducir inconvenientes para hacer frente a las tareas pospuestas. Ser conscientes de los frenos que impiden que hagamos lo que creemos que es necesario, nos permitirá poder modificarlos, o por lo menos nos ayudará a aceptar, en el momento adecuado, lo que podemos o no afrontar.

PREVENCIÓN DEL TRASTORNO POR ESTRÉS POSTRAUMÁTICO

Tras experiencias intensas en las que nuestra integridad peligre, es muy común que aparezcan miedos y respuestas emocionales que bloqueen o dificulten nuestro modo de vida anterior. A mayor percepción de daño, mayor será la probabilidad de sentirnos superados. Habitualmente la persona que vive estas circunstancias nota una dificultad para disfrutar de lo cotidiano, tiene pensamientos e imágenes invasivas que no puede frenar a pesar del malestar que producen. La realidad es que no es posible evitar estos síntomas, por lo menos no durante los primeros días tras el incidente. Es necesario que nuestra mente elabore y acepte las secuelas y por ello el recuerdo del hecho volverá recurrentemente. Al evaluar las causas del trastorno por estrés postraumático pueden encontrarse muchas diferentes: Accidentes de tráfico, incendios, abusos sexuales, vivencias de acoso… Para crear este trastorno no es necesario siquiera vivirlo en primera persona, basta con ser observadores directos, o incluso con que nos cuenten una vivencia extrema, para que en algunos casos pueda llegar a producirse.


Para que no se convierta en un problema aún mayor del ya vivido es necesario que la persona haga por afrontar situaciones relacionadas con el hecho traumático lo antes posible. La mejor forma es hacerlo gradualmente de menos a más. Si el hecho traumático fuese un accidente de coche en el que sentimos que íbamos a morir, la forma de afrontarlo podría ser la siguiente: primero sentarnos en un coche en el mismo lugar que ocupábamos en el accidente, en parado. Segundo, hacer lo mismo circulando alrededor del domicilio. Tercero, lo mismo pero alargando el recorrido por la zona. Cuarto, salir a la carretera en periodos no muy largos a velocidad moderada. Por último en la medida en que el sentimiento sea menos alarmante realizar largos recorridos. Obviamente cada situación requiere medidas específicas, no todos los accidentes ni todas las vivencias de ellos son iguales. La clave para superarlo es ir poco a poco permitiendo que la sensación de malestar baje al enfrentarnos sin forzarnos. No hacerlo puede hacer que comencemos a evitar hacer actividades que antes nos eran gratas: coger el coche para ir a jugar al tenis, salir con nuestros amigos… Cuando es por un periodo de tiempo breve, no tendrá demasiadas consecuencias, pero cuando se alargue, nuestro estado de ánimo será el primero en acusarlo.

Rara vez podremos predecir que determinados acontecimientos se den en nuestra vida. La capacidad que desarrollemos para hacerles frente es la que nos mantendrá a salvo. Una vez los hechos se imponen, somos nosotros quienes podemos minimizar su impacto en nuestra vida haciéndoles frente poco a poco. En los casos en los que familiares o amigos detecten cambios significativos en la persona tras alguna vivencia extrema, es bueno que intenten ayudar a enfrentarse, a no evitar. Si el bloqueo es muy fuerte, lo mejor será buscar la ayuda de un profesional.

Pesimismo ¿Qué es eso?

Cuando alguien plantea peligros, consecuencias negativas ante hechos determinados, y ve el lado negativo de las cosas, solemos sentenciar que esa persona es pesimista. A menudo esa persona resulta descalificadora, y cuando se lo mencionamos, intentamos que el otro deje de insistir en ver siempre los peligros en todo. El hecho es que lo que es más relevante de esta característica no es el negativismo en sí, sino qué lo favorece. ¿Es una característica innata?, ¿es por llamar la atención?, ¿es porque es un pesado?... Para encontrar respuestas hay que profundizar en los beneficios de este comportamiento.

El pesimismo es “una forma de vida”, garantiza algo muy importante: descubrir qué es lo que está mal para poder resolverlo antes de que sea peor.De hecho, es un comportamiento normal para todas las personas adelantarse a los hechos para evitar consecuencias indeseables:“si hago el informe de resultados para mi jefe antes de que me lo pida, no volverá a enfadarse de nuevo conmigo”.

El problema viene cuando uno se vuelve demasiado bueno descubriendo amenazas, entonces a veces es difícil parar y dejar que los hechos se manifiesten. Por esa razón si sentimos que no hemos puesto algún remedio a una amenaza será fácil que nos sintamos temerosos, preocupados y hasta obsesionados. Por tanto, hacer algo con mucha intensidad durante mucho tiempo hace que hagamos de ello una forma de vida, una manera de enfrentarnos a los retos cotidianos, con el consiguiente desgaste y miedo anticipatorio, además del posible rechazo de quienes nos rodean.

Ver lo peligroso en cada situación tiene infinidad de efectos en situaciones cotidianas. Es una forma de pesimismo, por ejemplo, no saber aceptar los halagos. Si cuando alguien nos dice: “gracias por haberme escuchado”, respondemos “bueno, no tiene importancia, ya ves tú…” lo que estamos probablemente haciendo es valorar que no lo siente, que lo dice por cumplir. Seguro que siente que no es para tanto. La consecuencia de este comportamiento es la de que difícilmente uno es capaz de sentirse bien, de sentirse querido y por tanto la autoestima se va deteriorando paulatinamente.

Otra actitud o comportamiento frecuente en el pesimista es la de fijarse objetivos que estén por encima de la capacidad real de uno mismo. Ante el deseo de conseguir algo, como por ejemplo una subida de sueldo, la persona se centra en que no será suficiente como para meterse en una hipoteca. La expectativa de conseguir más lleva a no valorar el logro anterior.
Ser pesimista suele asociarse a ser depresivo, yo creo que sería más correcto unirlo a personalidad ansiosa. Es verdad que si la necesidad de controlar y evitar que ocurra algo malo no se satisface, acabará generando impotencia y tristeza, pero siempre como consecuencia de la ansiedad previa.

La persona pesimista puede dejar de serlo en la medida en la que esté dispuesta a afrontar cierto nivel de descontrol, de incapacidad para evitar acontecimientos, de consecuencias negativas que están por venir. Si aumenta la capacidad para conformarse con los objetivos alcanzados y renuncia a lo que está por venir, cada vez será menos negativa, y de paso, disfrutará más del presente. No es tarea fácil, pero en la vida los cambios no suelen producirse de manera brusca, requieren de práctica y constancia

Cuando hago algo, ¿estoy haciendo realmente lo que quiero?

“Por la mañana cuando me levanto, me ducho, me visto, desayuno, hago la cama y me voy a trabajar”. Esta podría ser la rutina de muchas personas cada mañana. Al enfrentarnos a nuestras tareas diarias creamos métodos para resolverlas lo más rápida y fácilmente posible. Intentamos ser eficaces, y en función de nuestros grados de exigencia, no dejarnos pendiente ninguna tarea ya planificada. De esta manera, conseguimos entre otras cosas, reconocimiento, admiración, recompensas económicas y la sensación de hacer bien las cosas.

Desde pequeños se nos enseña a rendir y trabajar para alcanzar mejores resultados de mayores y se sobrentiende que insistir en el cumplimiento nunca está de más, ya que la inercia del cuerpo nos lleva a huir y evitar las responsabilidades y todo aquello que genere un esfuerzo excesivo.

La verdad es que en esencia, cumplir con las normas sociales requiere tiempo e insistencia por parte de nuestros mayores durante nuestra infancia, si bien en unas ocasiones por la excesiva insistencia y otras por la tendencia innata de la persona a exigirse, se generan efectos negativos que disminuyen significativamente su calidad de vida. En cualquier caso, aceptar obligaciones ayuda a no pensar mucho en lo que se va a hacer. Si algo es obligado se dedica menos tiempo a valorar si se hace o no.

Exigirse, responsabilizarse uno mismo de los objetivos de vida, es sano y enriquecedor, nos ayuda a ser constantes, pero si por momentos empezamos a sentir ansiedad, tristeza, apatía, percepción de peligro indeterminado, será entonces cuando deberemos valorar si lo que estamos imponiéndonos es realmente lo que queremos. Dicho de otra forma, exigirnos, presionarnos para conseguir cosas es eficaz, pero puede tener costes personales algo elevados. Es bueno que valoremos si con desear hacer algo basta para conseguirlo, o si hay que imponerse con contundencia ser puntuales, hacer las camas, acabar hoy el trabajo que pidió el jefe… Quizás no sea tan grave la consecuencia de no cumplir con la norma, frente al coste emocional que supone mantenerse siempre amenazado por no cumplir con ésta.

Por supuesto las obligaciones no son sólo hacia uno mismo, en la medida en la que necesitamos que algo sea de una determinada manera, es fácil exigir también a los que nos rodean. Pongamos una situación hipotética, que no siendo trascendental en la vida de alguien, puede ser productora de conflicto y malestar: si debemos quedar bien con un amigo al que vamos a visitar, y debemos llevar un detalle como muestra de aprecio, si algo impidiese comprarlo, o a quien se le encargó se le olvidó, será fácil que se genere un estado de ánimo negativo. De esta forma, se favorecerá el conflicto, y será mucho más sencillo discutir y enfrentarse. Si uno se para ante este tipo de situaciones podrá valorar que aunque es deseable llevar el detalle, la consecuencia emocional puede no ser proporcionada a la real. Quizás se pueda tener otro tipo de detalle, o no tener ninguno… en cualquier caso, cuanto más nos hayamos exigido hacer el regalo, viviremos con mayor malestar no poder hacerlo.

Por todo esto, cuando empecemos a sentirnos mal porque alguna de nuestras normas no se cumpla quizás convenga volver a la pregunta de partida: cuando hago algo, ¿estoy haciendo realmente lo que quiero?

Malestar ante las relaciones sociales

Parece ser que gran parte del desarrollo de nuestro cerebro a lo largo de años de evolución se debe a que somos seres sociales. Cuanto más se relaciona con sus congéneres una especie, más desarrollado tiene su cerebro. Así de complicado es comunicarse.

Conocer y entender las necesidades de los demás nos garantiza tener más éxito en el juego de las relaciones sociales, y a su vez éste nos facilita tener más apoyos, más recursos, y posiblemente más acceso a dinero y trabajos mejores.


De manera natural algunas personas tienen habilidades que les hacen fáciles las relaciones, pero a pesar de esta facilidad igualmente pueden sentir en ocasiones cierto malestar. Habilidades como la empatía, es decir ser capaz de ponerse en el lugar del otro, pueden tener sus efectos secundarios. Si uno percibe fácilmente cómo se sienten los demás, podrá agobiarse con frecuencia debido a que buscará conseguir no molestar, no generar conflicto o evitar que se le tache de algo negativo. Es fácil que a pesar del éxito social los niveles de malestar sean más altos de lo que sería deseable.

Especialmente durante la adolescencia no ser hábil socialmente puede ser muy traumático. En esta época de la vida el grupo se convierte en el referente principal. Ser rechazado es duro y suele tener gran repercusión futura. Por esa razón un adolescente suele estar tan marcado y suele ser tan fiel a su grupo de amistades. La necesidad de aceptación se convierte en algunos casos en la tiranía de la aceptación.

Cuando el malestar se torna bloqueante, es decir, cuando la persona evita recurrentemente situaciones sociales para no estar mal a pesar de desear las relaciones, es entonces cuando se hace necesario poner medios para afrontar el problema. De no ser así este malestar puede ir en aumento y además generalizarse a otras situaciones.

En ocasiones las personas utilizan diferentes estrategias para librarse a corto plazo del malestar, por ejemplo: hablar mucho para evitar silencios incómodos, buscar la compañía de la gente que le dé más confianza dentro de un grupo, callarse para no meter la pata, no preguntar dudas para no parecer ignorante… Generalmente lo que más se suele evitar es ser el centro de atención, es por esto que situaciones como hablar en público pueden llegar a resultar muy angustiantes. Si a este hecho le añadimos la preocupación por ponerse rojo, que le tiemble la voz o el pulso, en definitiva, que los demás se den cuenta de su nerviosismo el temor aumenta.

Como en todas las fobias o situaciones que nos resultan incómodas, la tendencia es a intentar evitar el malestar. Esta situación resulta muy útil a corto plazo pero mantiene el problema y no nos ayuda a resolverlo.

Manías, control y Ansiedad

Con la edad, dicen, las personas nos volvemos más maniáticas y algo gruñonas. Las manías pueden aparecer cuando queremos hacer las cosas de una manera rutinaria o cuando los estados de ansiedad son muy elevados. Es muy normal que ante un examen, por ejemplo, en el que tenemos muchas dudas de si se va a aprobar o no, se recurra a elementos externos para conseguir la seguridad no existente. Podemos llevar estampitas, la camisa de los exámenes y otras supersticiones. De esta forma adquirimos manías para ganar confianza en nosotros mismos y control sobre lo que nos rodea.

A mayor sensación de incertidumbre, es más probable que aparezcan las manías. Generalmente, y especialmente en psicología, todo está bien hasta que se convierte en un exceso; así, tener ciertas manías es completamente normal. El problema surge cuando empiezan a coartar el tiempo y la estabilidad de la persona. Las manías son la consecuencia de los pensamientos obsesivos que previamente circulan por la mente. Esto hace que la ansiedad aumente y se generen una serie de comportamientos contra los pensamientos obsesivos y así disminuir la ansiedad. Entonces, pensamientos como “me he dejado el gas abierto”, harán aparecer comportamientos de comprobación para descartar o aceptar la idea. Como decía, comprobar el gas ante una duda no es negativo o problemático, pero hacerlo tres, cuatro veces o más, aún habiendo demostrado anteriormente que no estaba abierto, comienza a ser para la persona un problema cada vez más angustiante y esclavizante. De hecho, este tipo de manías suele ir acompañado de otras igualmente exigentes, por lo que la vida cotidiana va a acabar plagándose de comportamientos esclavizantes.

En la película protagonizada por Jack Nicholson: “Mejor Imposible”, se refleja de forma exagerada y un tanto cómica la vida de una persona con manías que acaban desbordándole. En este caso el protagonista necesita realizar cientos de “rituales” para controlar diariamente su ansiedad y malestar. Éste sería un ejemplo límite de hasta dónde se puede llegar por la necesidad de realizar estos actos.

Las manías suelen tener algunos temas predilectos. La limpieza, se lleva la palma, así, lavarse acaba convirtiéndose en algo extremadamente necesario para evitar la suciedad y posibles contagios. La comprobación, la duda y la repetición de lo ya hecho para asegurarse de que algo está bien, son otros de los posibles temas.

Son también bastante frecuentes en las personas que necesitan rutinas de control que aparezcan pensamientos relacionados con dañar a alguien, o a sí mismo. De hecho cuanto más tema uno este tipo de pensamiento con más probabilidad dará vueltas le dará. La razón es sencilla: si no debe pensar en hacerlo, el mero hecho de que se pase por la cabeza hace que sea amenazante y que aumente la probabilidad de seguir pensando para garantizarse que no va a ocurrir. Además los comportamientos que se realizan para alejar el temor: alejar cuchillos, alejarse de las ventanas, no acercarse al andén del metro o del tren… calman a corto plazo la angustia pero mantienen la idea de que quizás en un mal momento uno pueda descontrolarse. Este tipo de pensamientos pueden llegar a ser muy bloqueantes ya que la persona siente que son absurdos, pero el hecho de poder planteárselos le hace temer la locura, el descontrol y el rechazo social si alguien conociese sus pensamientos más internos.

No siempre es necesario un tratamiento, normalmente hasta que el malestar no es muy intenso no se da el paso de pedir ayuda. Como siempre, la detección precoz facilita el tratamiento y lo hace más rápido y efectivo.

LAS RUTINAS

Las rutinas son necesarias para alcanzar un nivel de tranquilidad y de predictibilidad sobre lo que ocurre en nuestras vidas. Como en casi todo, los extremos son malos, y por tanto el exceso o defecto de éstas producirán diferentes problemas en el plano psicológico.

Cuando conseguimos un trabajo estable, nos tranquiliza saber que las necesidades básicas están cubiertas con relativa seguridad, nos permite centrarnos en otros objetivos y nuestra calidad de vida aumenta. Si bien tener que someterse a una disciplina a veces desagrada, al tiempo nos puede hacer sentir tranquilos: bastará con cumplir, con realizar lo ya conocido para mantener lo que tenemos.


“Más vale malo conocido…”, este refrán refleja perfectamente lo difícil que es cambiar. Quizás no sea muy bueno lo que uno tiene, pero es al fin y al cabo conocido y por eso manejable en algún grado. Las rutinas tienen un gran peligro, dificultar la capacidad para cambiar. Si nos centramos mucho en la calma que nos produce lo predecible, podemos anclarnos en situaciones que no permitirán que avancemos. Circunstancias de vida como una separación, la muerte de un familiar, un cambio de trabajo, un despido, un cambio de lugar de trabajo, un cambio de domicilio, son todas frecuentes en la vida de muchas personas. Para adaptarnos a nuevas situaciones en primer lugar deberemos ser capaces de reconocer nuestro malestar, nuestros temores en relación a lo que esté por venir. Quizás al principio no resulte grato comparar lo que había con lo que hay, pero si nos centramos en que la situación ha cambiado, pronto generaremos nuevas rutinas que nos hagan predecible y controlable nuestro entorno.

Ya en el mes de diciembre muchas personas empezarán sus vacaciones de verano. Hacerlo rompe radicalmente con las rutinas del resto del año. Para casi todo el mundo es un cambio deseado y por tanto en este caso no representa un problema. Quizás lo malo pueda venir después, cuando hayan finalizado los hábitos relajados no sometidos a normas estrictas como suele ser habitual el resto del año. Retomar la anterior rutina es lo que producirá efectos más negativos. Para paliarlo, será bueno no romper del todo con lo anterior, dejar alguna tarea suave para momentos de las vacaciones, hablar con alguna persona del trabajo, cuando se aproxime la vuelta ir retomando alguno de los hábitos y horarios anteriores.

Los que más suelen sufrir estos cambios de rutina son los niños. A los más pequeños estos cambios pueden influirles en el carácter y que estos primeros días estén más “difíciles”. Para que se adapten mejor a los cambios, es recomendable que éstos se hagan de una forma progresiva y que durante las vacaciones se sigan respetando ciertos horarios aunque sea con un poco más de flexibilidad. Para la vuelta al colegio será conveniente que unas semanas antes se empiecen a incorporar algunas rutinas más.

Pero recordemos que no hay que llegar a los extremos, también nos viene bien disfrutar de la ausencia de algunas rutinas, así que ¡felices vacaciones!.

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