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jueves, 19 de agosto de 2010

Autoestima: ¿qué factores pueden influir?

Tener “baja” o “alta” la autoestima es, en muchos casos, tan importante como tener “bajo” o “alto" el colesterol, porque la medida en la que uno se valore a sí mismo influye en el modo en el que se va a relacionar con los demás y en la calidad de vida que pueda alcanzar.

Podemos definir a la autoestima como el grado de conciencia que cada uno de nosotros tiene acerca de la valoración de sí mismos. Se origina básicamente en los primeros años de vida, en relación con las actitudes y mensajes verbales y no verbales de nuestros padres o sustitutos. A través de éstos (fundamentalmente los no verbales), comienzan a generarse determinadas creencias acerca de la vida, del mundo, de las personas, del bien y el mal, de lo que es correcto y de lo que no lo es, de lo que debemos hacer y de lo que no, concibiendo así una idea de nosotros mismos y una idea de los demás.

Así se va desarrollando el propio guión de vida, creado en base a aspectos irracionales y no lógicos transmitidos de generación en generación y formado no solamente en el seno de nuestra familia de la infancia sino también a través de mensajes que se transmiten intergeneracionalmente. Esto se graba en nuestra parte no consciente y comienza a actuarse en la adolescencia.

Este guión será reforzado a través del reconocimiento, la aceptación y calificación de otros hacia nosotros mismos. Si estos estímulos son positivos hacia nuestro desarrollo y crecimiento personal, permitirá mantener la autoestima alta, desarrollar el potencial, ser auténticos, colocarnos en una posición existencial realista, etc.

Si en cambio recibimos mensajes negativos acerca de nosotros como personas, si nos han descalificado, si vivimos situaciones de violencia o hemos sufrido indiferencia, esto provocará una baja en nuestra calidad de vida y en la opinión que tenemos acerca de nosotros mismos.

En el caso de la mujer, se agrega que su rol es calificado de una determinada manera dentro de nuestra sociedad y esto afecta particularmente la valoración que ellas tienen acerca de sí mismas en todas sus áreas y roles.

En el rol laboral o profesional las mujeres están destinadas socialmente a determinados puestos de trabajo rotulados como puestos “femeninos”, sin poder acceder a los puestos rotulados como “masculinos” y a esto se agrega el “techo de cristal” que actúa como freno para su desarrollo profesional y laboral, que hace que realizando las mismas tareas que los hombres, reciban reconocimiento económico más bajo.

En la familia, la cultura establece que la mujer es la reina del hogar (rol de ama de casa). Por lo tanto, hay una fuerte influencia cultural para que sea ella la única que se haga cargo de todo lo relacionado con la organización del trabajo doméstico. Si bien hoy se comparten más las tareas, esto no ha cambiado radicalmente.

Sumado a esto, las expectativas del entorno las lleva a que sean valorizadas si son seductoras, si están bellas las veinticuatro horas del día, si cumplen con una rutina de gimnasia o usan cremas para estar siempre con piel de terciopelo.

En síntesis: las mujeres tienen, además de los mandatos argumentales intergeneracionales de su propia familia, fuertes mandatos culturales. Si bien hoy se están enfrentando a un mundo de crisis y cambios (porque eso significan las crisis), también se enfrentan a la paradoja de tener mayores permisos pero mayores exigencias.

Si pueden resolver esta paradoja, la autoestima sube y se sienten exitosas. Si no, la autoestima baja y se sienten perdedoras.

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