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Caballito, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina
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BIBLIOGRAFIA

jueves, 19 de agosto de 2010

La vida después del divorcio

La separación de la pareja puede ser percibida de muchas maneras diferentes: como un fracaso, como un alivio, como el fin de la vida, como una nueva oportunidad. Lo cierto es que existe una vida después del divorcio y que puede iniciarse de maneras muy distintas.

Hombres y mujeres viven el divorcio de manera diferente. Si bien no se puede generalizar, las mujeres que vivieron en función de la atención del hombre, experimentan una fuerte sensación de fracaso personal, disminución de la autoestima y angustia extra cuando no se sienten suficientemente preparadas como para seguir adelante solas. En cambio, aquellas cuya propia valoración depende de logros obtenidos en otras áreas – laboral, profesional – se encuentran mejor equipadas para cuidar de sus hijos y de sí mismas.

Los hombres por su parte, experimentan al comienzo marcados sentimientos de desarraigo y con frecuencia enfrentan una seria posibilidad de perder a sus hijos. Estudios realizados por Marla Isaacs y J. R. Levin demostraron que cuando un progenitor pierde contacto con su hijo/a por más de ocho meses se convierte en lo que se denomina un padre periférico, esto significa que deja de ser significativo para el niño/a.

Las parejas organizadas en derredor del estereotipo de género que divide a las mujeres en nutrientes y a los hombres en proveedores, a la hora del divorcio, suelen repartir las pertenencias, de modo que la esposa se queda con los hijos y el marido con el dinero. El dinero y los hijos son utilizados como instrumentos de poder a fin de favorecer los intereses de uno o ambos padres. Este tipo de organización posdivorcio, claramente disfuncional, es el origen de innumerables batallas legales.

Los hombres que dependen emocionalmente de las mujeres, pueden encontrarse sin recursos psicológicos para enfrentar la angustia del divorcio y suelen precipitarse rápidamente en una nueva relación sentimental, cuando no en un nuevo matrimonio.

Mientras que por lo general, para ellos, las metas laborales y familiares no se contraponen, para ellas, ¡todavía en este siglo! pueden ser difíciles de conciliar y devienen en una fuente de conflicto o sobrecarga.

Desde luego, el divorcio produce un impacto económico en ambos cónyuges, pero ese impacto es mayor en las mujeres que durante la vida marital permanecieron dedicadas exclusivamente a las tareas del hogar - amas de casa - y no están preparadas para obtener un trabajo remunerado. Cuando tienen hijos pequeños su situación se complica y deben recurrir a terceros que colaboren con la crianza. Si se constituyen en el único sostén económico del hogar y sus ingresos son insuficientes o no cuentan con otros recursos propios, pasan a integrar las filas de lo que se conoce como feminización de la pobreza.

La crisis

El divorcio desencadena un tipo de crisis particular, que Braulio Montalvo denomina “experiencia de dislocación” en el sentido de que cada integrante de la familia pierde su posición en la estructura familiar respecto a los demás.

En el momento de la separación, reina el caos: los esposos se transforman en ex - esposos; disminuye su aptitud parental, inmersos en su dolor y en sus problemas, los padres muchas veces se vuelven menos sensibles a la angustia y a las necesidades de sus hijos o las confunden con las suyas; el progenitor que se va de la casa pierde la relación cotidiana con sus hijos; los hijos por su parte, no aceptan el divorcio por mal que se llevaran sus padres, sienten que su mundo se derrumba, temen por su seguridad y por la de sus progenitores.

Dado que la identidad de cada individuo se configura en las relaciones que mantiene con los otros - nuestros otros significativos – la dislocación se experimenta como una crisis de identidad y muchas personas en medio de su separación se preguntan: ¿quién soy?, ¿qué quiero?, ¿qué espero de la vida? ¿a quién quiero a mi lado?, ¿cuáles son mis prioridades?

A tal grado puede llegar la desorganización personal, familiar y social, que algunas personas parecen enajenadas, incluso, adoptan comportamientos cercanos a un estado de locura transitoria. Durante la crisis, hay quienes son capaces de hacer lo que nunca hicieron, ni harían después. Luego del divorcio la vida cambia, para algunos positivamente, para otros se empobrece, pero lo cierto, es que nadie vuelve a ser quien fue.

El divorcio

Las personas que toman la decisión de divorciarse, lo hacen con la esperanza de una vida mejor, con menos sufrimiento o con más dignidad.

Si bien, no hay dos divorcios iguales, todos tienen en común el intenso dolor que los acompaña, dolor que ha sido comparado en intensidad con el fallecimiento de un ser querido. Paradójicamente, al mismo tiempo suele traer alivio.

Cuando los cónyuges se divorcian, todos los miembros de la familia se ven envueltos en pérdidas y cambios. El proceso de duelo demanda de dos a cuatro años - ¡más largo que por una muerte! - y depende de la duración del matrimonio, la presencia o no de hijos, momento de vida, etc.

A diferencia de la muerte del cónyuge, el divorcio despierta las pasiones más profundas: la ira, el odio, los celos, deseos de venganza, fantasías de reconciliación y ambivalencia.

Familiares y amigos consuelan al viudo/a, recordando juntos los buenos momentos vividos en la relación; ningún allegado hará esto con quien que se divorcia. Algunos prefieren no hablar de un tema tan espinoso y sólo lo harán en el círculo de los íntimos; otros, creen que el divorcio es contagioso y se alejan por temor a que les suceda lo mismo.

Cuando los sentimientos involucrados son menos intensos y hay una buena contención por parte de familiares y amigos, el proceso suele ser menos doloroso.

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